martes, 13 de diciembre de 2011

2011-038

Hace calor, igual que las últimas noches. El verano dejó de gustarme hace mucho tiempo, principalmente porque no me gusta el calor, sobre todo en las noches. La idea de dormir en una cama calentita sólo me entusiasma en invierno y algunas noches particularmente frías en otoño, pero me resulta bastante menos agradable en primavera y verano. Cierro los ojos y trato de dormir un poco más y no pensar en el calor.

Cielo celeste brillante con enormes nubes blancas barridas por el viento fresco que agita las hojas de los árboles salpicados sobre un valle que se extiende hasta el infinito. La sensación de saber que estoy soñando y que puedo cambiar el paisaje. Otoño, con más árboles y hojas secas bajo mis pies. Menos brillo. El viento un poco más fresco. Algunas aves en el horizonte. Caminar entre los rayos de luz que se filtra entre las copas de los árboles que ahora ocupan una buena parte del paisaje. La presencia distante de un río que no se alcanza a ver ni a oír. El brillo aumenta en el cielo, y las nubes se despejan. Un gato pequeño que se deja caer sobre mi hombro. El roce insistente de la sábana en la mejilla. La avalancha de sonidos que empiezan a entrar por la ventana como si hubiesen estado esperando la oportunidad. Abro los ojos.

El sol está arriba mucho antes de lo habitual. Hora de abrir todas las ventanas posibles y bajar a desayunar. Este verano será un crimen.

viernes, 9 de diciembre de 2011

2011-037

Revisando el cuaderno que cargo en la mochila, me doy cuenta que hay un lapso de más de un año entre los dos garabatos más recientes en ese cuaderno. Creo que durante ese tiempo no he hecho más que algunos garabatos inconexos en Photoshop con la G-Pen para quemar un poco de esteres al final de algunos días demasiado pesados. Debería tratar de dibujar más seguido, aunque sea un boceto a medias cada día para recuperar la costumbre.

Tal vez sea buena idea retomar algunas cosas que he dejado de lado desde hace un tiempo, como salir a caminar un rato al final de la tarde, o escribir aventuras e ideas sueltas para Dungeons & Dragons o algún otro juego de rol. Terminar de escribir algunas historias que sigo rehaciendo y dejando a medias constantemente con cualquier excusa. Quizás darle un poco más de tiempo a este experimento de escribir doscientas cincuenta palabras al día que empecé hace tres años y hasta ahora no he podido mantener durante un año completo.

¿Dónde habré dejado la taza que usé para el té ayer por la noche? Estoy seguro que la había dejado en el escritorio. Debo haberla dejado en la cocina en la mañana cuando bajé a desayunar y olvidé traer otra. Creo que ya es hora de comprar un par de tazas para tener siempre a la mano en el estudio. Una cosa más a la ya bastante extensa lista de compras para cuando mis cuentas finalmente dejen de desangrarse.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

2011-036

Los últimos días el sol se ha dejado ver desde temprano, acompañado por un incómodo aumento en la temperatura. Siempre he preferido el frío, aunque acepto que el calor también tiene algunos beneficios y el sol es necesario para la vida sobre el planeta, pero sigo prefiriendo el frío, y sobre todo, el invierno. Una de las cosas buenas que trae el calor es el poder salir a comprar un helado. Claro que una de las cosas que siempre recuerdo con alegría es estar sentado en un McDonald's tomando un helado con una amiga, viendo la nieve caer al otro lado de la ventana, pero en el fondo siempre he pensado que los helados son algo que se debe comer cuando hace algo de calor. Aunque sea un poquito de calor.
Aprovecho estas horas cálidas para bajar a comprar un helado de chocolate mientras espero que se restablezca la conexión (otra avería masiva, al parecer). Nubes gordas y algo grises bloquean por momentos el sol. Recuerdos de hace diez años, cuando mis gatos se sentaban a mi alrededor en el jardín de mi abuela y yo compartía mi helado con ellos. Me embarga una sensación de tranquilidad que no había sentido en varios días. El mundo sigue girando.
Doy la vuelta para regresar al estudio, preparar una taza de café y seguir esperando. Una gota cae sobre mi mano. Las hadas danzan entre las gotas de una breve lluvia de media tarde, figurillas indescifrables que se pierden en el rabillo del ojo.

lunes, 21 de noviembre de 2011

2011-035

Empiezo a escribir esto mientras regreso a casa en las últimas horas de una tarde bastante agradable. Tengo la costumbre de concentrarme en mis propios pensamientos cuando estoy en el bus y quiero aislarme. La música en los audífonos bloquea las voces de los pasajeros a mi alrededor y ahoga el sonido de una película malísima que, al parecer, ponen cada semana.

He notado que últimamente ha habido una cierta carga constante de nostalgia en las cosas que escribo, no sólo en este blog sino en un par de historias cortas que habían quedado olvidadas y estoy tratando de rehacer. Y de pronto me doy cuenta de que esa nostalgia ha estado presente, de forma más o menos visible, desde hace varios meses. Realmente no estoy seguro de cuál sea su origen, pero está allí, siempre a mi lado con la mirada en el horizonte. Algunas veces creo que es porque mi mente no se detiene nunca y siempre estoy pensando en algo y eventualmente termino visitando recuerdos lejanos. O tal vez sea que extraño momentos en los que me sentí más tranquilo. Momentos más felices y que ahora parecen remotos.

En el asiento al otro lado del pasillo, una chica golpetea ligeramente la pantalla de su celular y sonríe. Pasar un buen rato con los amigos, aunque sea a través de una pantalla. Afuera, el sol empieza a caer tras las nubes, sobre el horizonte. Una bandada de gaviotas realiza el que tal vez sea su último vuelo de la tarde.

viernes, 18 de noviembre de 2011

2011-034

Es curiosa la forma en que a veces el universo trae de regreso a nuestras vidas a personas con las que pasamos momentos buenos y malos y de las que luego nos alejamos sin querer. Algunas veces podemos saber desde el principio cómo van a terminar las cosas. Otras veces es mejor seguir la corriente y ver hacia dónde nos lleva.

Escribo en la pantalla táctil del teléfono, en medio de la oscuridad del bus, mientras duermes a mi lado, aislada del mundo con la ayuda de tus audífonos. A veces me pregunto cómo es que hemos llegado a este punto, si es que las cosas tal vez debieron ser así siempre. La verdad es que no lo sé, pero me agrada. Se siente natural. Por un momento me pregunto qué sonará en tus audífonos, aunque realmente no estoy seguro de querer saberlo. Mis bandas y tus bandas y nuestros escasos puntos intermedios. Siempre tuvimos gustos bastante distintos, pero de vez en cuando lográbamos encontrar las coincidencias suficientes como para armar una lista y pasar un buen rato. Ojalá los buenos ratos hubiesen durado más. Tal vez ahora podamos hacerlos durar más.

Noche nublada. Abajo, al pie del acantilado, el reflejo de la Luna juguetea sobre el mar. Los fantasmas de la carretera se esconden detrás de las señales que indican el límite de velocidad. Esperan en silencio, al lado del abismo, viendo pasar los autos. Algunos sólo contemplan en silencio. Otros saludan. Nunca cometas el error de devolverles el saludo.

jueves, 17 de noviembre de 2011

2011-033

Despertar antes del amanecer y desayunar algo ligero sólo para soportar el viaje y luego desayunar en un café al otro extremo del mundo. Triple espresso, a la vena, urgente. Un rollito de canela para completar la mañana. El olor de los croissants y las galletas de avena se mezcla con el té, el café recién colado y la curiosa sensación de que todo está bien y los problemas se quedaron atrás. Caminar y hablar de todo y de nada bajo un sol tímido que apenas se insinuaba por momentos. Almorzar en un restaurante en el que nunca había comido y al que posiblemente no regrese en un buen tiempo porque no suelo frecuentar esta zona.

Todo se desvanece entre el hilo de humo de un cigarrillo, confundido por instantes con las nubes de una noche de primavera bastante silenciosa. El rumor de motores en la paralela. El eco de pisadas en el callejón, detrás del edificio. Voces a la distancia. El recuerdo de una mirada y una sonrisa. El vacío inmenso. Me repito a mí mismo que esto es lo mejor. Que todo tiene sentido. Me repito a mí mismo que hice lo que tenía que hacer y dije lo que tenía que decir. Nada más. Nada menos. Hubiese querido que las cosas fuesen distintas. Hubiese querido más aprecio.

Viento fresco sobre las mejillas, arrastrando el susurro de una palabra que no he dicho en mucho tiempo y esperaba no volver a decir. Ya no hay nada más que hacer.

jueves, 3 de noviembre de 2011

2011-032

Breve pausa para escribir un poco antes de seguir traduciendo un texto que por momentos se ve imposible pero tal vez sólo requiera un poco más de café para tener sentido. O una siesta de quince minutos. A veces eso también ayuda a darle forma a los textos imposibles. Sea como sea, necesito alejarme del trabajo un momento y pensar en cualquier otra cosa. Abro una ventana más y empiezo a escribir para despejar un poco la mente.
Aunque me siento bastante cómodo viendo el mundo a través de un monitor, y a veces desde el balcón o la azotea, también me gusta salir de casa de vez en cuando y sentir el viento, pasar el tiempo caminando, viendo tiendas y conversando con amigos, decidir dónde comeremos más tarde, sentarnos a reír. Comparar precios de cosas que hace unos minutos no se nos hubiese ocurrido buscar. Darnos cuenta de que hemos caminado tanto que, cuando nos sentamos a comer algo, el sol ya se ha ocultado y los pies no quieren dar un paso más en un buen rato. Quejarnos del clima, de la crisis, de que la hora se pasa demasiado rápido y ya tenemos que volver, y cada uno a su respectiva madriguera y a ver cuándo nos volvemos a encontrar para repetir el plato con algunas variantes.
Una taza de café y a seguir traduciendo este texto que finalmente empieza a tener sentido. Más tarde un par de llamadas, a ver qué se puede hacer y cuándo se puede hacer.

jueves, 20 de octubre de 2011

2011-031

De pronto me doy cuenta que hace varios minutos no hay actividad en mi Tweetdeck, lo cual es bastante raro a esta hora de la tarde y en un día más bien agitado, pero podría ser una coincidencia. Pasan un par de segundos antes de darme cuenta de que Skype y Messenger muestran errores y Dropbox no puede sincronizar. Se cayó la conexión. Por costumbre corto la energía al módem y espero unos segundos antes de volver a encenderlo, aunque sé que no habrá diferencia. Nada. Levanto el teléfono, marco el número de servicio técnico y ni bien marco la extensión para pedir información escucho el mensaje grabado que me avisa de una avería masiva en la zona y mil disculpas, estamos trabajando para solucionarlo. Cuelgo. Otra avería más. Tomo un sorbo largo para terminar mi taza de té verde.

Salgo al balcón a ver a la gente que camina distraída mirando las tiendas en el bulevar. Veo un grupo de adolescentes en el balcón de la cabina de Internet, parecen estar comparando apuntes en un par de cuadernos. Son del barrio y suelen pasar un par de horas en la cabina todos los días. Quiero pensar que están haciendo tareas, pero lo más probable es que estén revisando estrategias para la siguiente partida cuando regrese la conexión. Me pregunto por un instante qué tan bien les irá en el mundo real.

Siento la vibración en mi bolsillo, alguien me reclama en el celular. Hora de llamar y avisar que no tengo conexión.

Actualización: La conexión se restableció hace 15 minutos, justo cuando terminaba de escribir el post.

domingo, 16 de octubre de 2011

2011-030

Ayer por la tarde fue el bautizo del hijo de uno de mis mejores amigos, razón por la cual ahora tengo un ahijado. Entonces me di cuenta de que lo conozco desde hace veinticinco años y fuimos amigos desde el primer día. Mientras regresaba a casa en la noche, después de acompañar a la suya a una amiga, a la que también conozco desde que teníamos cinco años, aunque sólo nos hemos vuelto realmente cercanos desde hace unos tres años, me puse a pensar en la forma en la vida se encarga de poner en tu camino a personas que realmente necesitas. También es curiosa la forma en que muchas veces pasamos sin darnos cuenta y dejamos de lado a personas importantes.

Tardes de luz anaranjada corriendo detrás de las gallinas o los patos, el eco de las risas en la sala. Largas mañanas frente al televisor viendo películas y comiendo galletas. Interminables sesiones de juegos de vídeo donde las revanchas venían una tras otra.

Larguísimas conversaciones en la puerta de la casa viendo las nubes y los niños en la calle. Las tardes caminando antes de ir a ver una película. Los años que perdimos y que pudieron cambiar tantas cosas. El tiempo que recuperamos como pudimos. Los momentos que vendrán.

Subo la escalera pensando aún en la forma en que los conocí hace veinticinco años, y la verdad es que no puedo recordar exactamente cómo sucedió. Me pregunto si todavía tendré por ahí las fotos de esa época.

sábado, 15 de octubre de 2011

2011-029

Una taza de café para curar el efecto zombie de la mañana y empezar un día promedio. Día promedio traduciendo partes de un blog, con varias ventanas abiertas a la vez en el mismo monitor y haciendo algo de kung-fu en el teclado para pasar de un diccionario al otro y después a buscar en Google para verificar que el término de verdad exista y se use y que no sea sólo producto de una imaginación activa y el impulso adicional de la cafeína. Un par de golpes de tecla más y ahora a consultar con los colegas y conversar un poco con amigos que están lejos. A veces creo que debería comprar un monitor más grande o tal vez usar dos monitores.

Día promedio en el que a las lumbares se les ocurrió fregar la paciencia después de mucho tiempo. Al menos ya terminé lo que tenía pendiente y ahora puedo estirarme y hacer los ejercicios para ayudar a los músculos de la espalda y poner la columna en su sitio correcto por un buen rato.

Un día promedio que termina con una llamada telefónica que me trae una sonrisa y una larguísima conversación con una amiga a la que no veo desde hace casi dos años. Sin darnos cuenta pasamos de hablar de su trabajo, a las comidas que más nos gustan, a los fantasmas que aún penan en la casa de la cual se mudó antes de que nos conociéramos. Un día promedio que termina muy bien.

viernes, 14 de octubre de 2011

2011-028

Hace unos días leía un poco mientras esperaba a que sonara el teléfono para indicarme que ya era hora de salir. Página tras página empezaron a pasar casi sin darme cuenta, apenas interrumpidas por un par de breves miradas al reloj. Afuera, el sol se terminaba de ocultar lentamente, y las nubes anaranjadas que lentamente se volvían púrpura me confirmaron que no ibas a llamar y una vez más tenía que salir sin saber con certeza si estarías allí.

Algunas cosas nunca cambian, no importa cuántas ganas tengamos de que cambien, o cuanta fe tengamos en que finalmente hayan cambiado. Y siempre terminamos estrellándonos contra los mismos muros, las mismas decepciones (que ya deberían haber dejado de ser decepciones, puesto que las hemos visto repetirse una y otra vez), las mismas frustraciones y las mismas conclusiones. Duele. Y tal vez no tanto porque las cosas no hayan cambiado, sino porque quisimos creer que sí lo hicieron, y de pronto nos damos de cara con la realidad: nos hemos engañado a nosotros mismos una vez más. Nos hemos ilusionado y hemos terminado por desilusionarnos, y eso siempre es jodido. Y ahora no queda otra más que apretar los dientes y seguir adelante.

Al volver, en el silencio del estudio, me sorprendió un bip en el bolsillo del pantalón. Una disculpa tardía. Apagué las luces y me hundí en la silla para volver a ver un episodio de Doctor Who, comer algo de canchita y olvidarme de todo esto aunque sea por un par de horas.

jueves, 13 de octubre de 2011

2011-027

Demasiado tiempo sin escribir, o al menos sin escribir aquí. La última vez había sido el día de las elecciones, aunque una cosa no tenía realmente nada que ver con la otra y sólo fue una excusa para escribir una vez más. Las mañanas se fueron volviendo cada vez más frías, las tazas de café cada vez más grandes y frecuentes, y esa sensación de no estar solo era cada vez más agradable. Y, a pesar de las nubes, todavía podía ver las estrellas alrededor de la Luna.

Pasos silenciosos en una tarde de primavera. La luz se filtra entre las cortinas y dibuja figuras en el piso. Una camisa demasiado grande y demasiado seria. Risas. Recuerdos que llegan sin previo aviso en medio de una conversación que sólo se relaciona a ellos de manera tangencial y haciendo un gran esfuerzo. Recuerdos que antes fueron fantasmas incómodos y que ahora sólo son parte del equipaje. Palabras que se pierden entre el eco de mis botas mientras camino por calles desconocidas en una noche de invierno hace ya un par de años. El tiempo se vuelve algo curioso cuando empiezo a navegar entre mis propios recuerdos. Saltos en el tiempo que solían aterrarme. Divagaciones. Hechizos lanzados entre el humo de un cigarrillo que llegó en el momento preciso.

Conversaciones que empezaron en algún momento y que, salvo por algunas breves interrupciones y momentos de silencio, no tienen cuándo terminar. Conversaciones que cambian de medio y de lugar, pero siguen siendo las mismas.

miércoles, 12 de octubre de 2011

2011-026

Algunas veces el pasado regresa de pronto para complicarnos la existencia. Otras veces, aparece para ayudarnos cuando menos lo esperamos. Otras veces, incluso, viene simplemente porque quiere venir y pasar un tiempo con nosotros. Me pregunto cuál será, querido fragmento del pasado, la intención con la que has decidido aparecer entre las telarañas de un sueño a medias grato.

Recuerdo claramente la última vez que un fragmento del pasado llegó con la única intención de complicar todo, arruinar lo que podía haber sido una temporada tranquila, y terminó por arrastrarme a varias noches de insomnio. En lo personal no creo en dejar atrás el pasado, al menos no en el sentido de olvidarlo y seguir con nuestras vidas, pues considero que el pasado es una parte importante de nuestra naturaleza y ayuda a darle forma a nuestro futuro. Creo, por lo tanto, que nuestro pasado debe acompañarnos siempre, pero no como un lastre, sino como material de referencia que podemos consultar para aprender de nosotros mismos. Acepto pues, como algo necesario, los flashbacks y también los fragmentos físicos del pasado que eventualmente llegan a mi vida de una forma u otra. A pesar de todo, muchas veces estos recuerdos se han convertido en empujones en la dirección correcta (o al menos en la dirección menos incorrecta, dependiendo de las circunstancias).

Así pues, querido fragmento del pasado, toma asiento junto a mí y acompáñame a observar los débiles rayos de sol que se cuelan entre las nubes que nos dan la bienvenida esta mañana.

martes, 11 de octubre de 2011

2011-025

Amaneció hace un par de horas, aunque las nubes y la garúa crean la sensación de estar atrapado justo minutos antes del amanecer. Se siente bien. Un espacio imposible fuera del tiempo.

No es que no me guste dormir, aunque algunas veces creo que podría estar haciendo otras cosas durante esas seis a ocho horas, como leer o ver por enésima vez todo Battlestar Galactica, o tratar de hacer algo por enderezar mi columna de una buena vez, o alguna otra cosa. Me gusta dormir, como a todos. Lo que no me gusta es el momento antes de dormir, cuando empiezan a reaparecer momentos de las horas previas. Algunas veces es algo que sólo dura un par de minutos y luego se transforma en parte de un sueño. Otras veces es interminable. Revivir las escenas del día, con ganas de pedir una oportunidad de cambiar ciertos detalles y rehacer por completo algunas cosas. Las cosas que se quedaron en el aire. Las cosas que nunca pasaron. Las que debieron pasar. La claridad que, después de mucho, ilumina de pronto el camino a una decisión. La resaca del día.

Recostado en el sofá de la sala, observo la garúa al otro lado de la ventana. Hay algo en el aire, además del aleteo de las palomas, el frío de la mañana y el olor de la tierra húmeda. La certeza de que algo está roto. Tal vez sea que se ha roto recientemente, o quizá siempre estuvo roto y nadie quiso darse cuenta. Ya no importa.

lunes, 10 de octubre de 2011

2011-024

Me sirvo una taza de té mientras descanso después de unos días bastante agitados, y me preparo para revisar la traducción de una colega que a la vez es mi mejor amiga. De pronto caigo en cuenta de que apenas la he visto una vez en las últimas cuatro semanas, y en ese mismo tiempo apenas hemos cruzado palabra en el teléfono o por medio de una pantalla. Me pongo a pensar en otros amigos y noto un patrón similar: los momentos libres ya casi no coinciden.

Me recuesto en la silla y cierro los ojos por un momento. Me invade una sensación extraña, mezcla de felicidad al saber que a mis amigos les está yendo muy bien en sus trabajos, y pena porque ya casi no los puedo ver justamente por esos trabajos. Es, a pesar de todo, una sensación bastante reconfortante. Por supuesto que se extraña la presencia, aunque sea algo lejana, pero se siente bien saber que están bien. Tal vez más adelante, cuando la situación sea propicia, podamos volver a vernos aunque sea por unas horas.

Cuando me llevo la taza a los labios el té ya está casi frío. Apresuro un par de sorbos largos para terminarlo antes de que se enfríe por completo. Sonrío al pensar que en algún otro lugar uno de los amigos a los que ya casi no veo posiblemente esté haciendo algo parecido, quizás con una taza de café. Hora de anotar todo esto para después, ponerme los audífonos, subir el volumen y seguir trabajando.

domingo, 5 de junio de 2011

2011-023

Más de dos semanas sin escribir. Y no por falta de ganas, ni por falta de tiempo. Sólo una sensación extraña de no poder terminar de poner las ideas lo suficientemente en orden para escribirlas. No es como si lo que escribo en este blog tuviese mucho sentido, pero en estos días llegué al punto en que tampoco tenían sentido para mí. Medio centenar de cosas completamente aleatorias por decir y no encontraba la forma de darles un orden que pudiese establecer siquiera una atmósfera general. Líneas escritas mil veces, corregidas, revisadas, eliminadas y vueltas a escribir mil veces más. El golpeteo de las teclas mezclándose con la música que llena el estudio. Palabras garrapateadas descuidadamente en un boleto del bus. Han sido días complicados.

El aroma del café fresco, el pan caliente y un par de tamales se mezclan para traer recuerdos de otros desayunos familiares viendo las noticias en televisión en día de elecciones, como un ritual que se ha repetido desde que tengo memoria. Sin importar el resultado, estos son los momentos que guardo para siempre. Terminado el desayuno aprovecho la tanda publicitaria para regresar al estudio a seguir alimentando mi adicción a la información. Afuera, el rumor de la gente en el bulevar ya empieza a aumentar.

Salgo a caminar bajo un cielo cubierto por nubes que amenazan lluvia desde anoche pero aún no se deciden. El aire se siente extraño. El día se pone más gris que de costumbre. Me pregunto dónde estarás en este momento.

viernes, 20 de mayo de 2011

2011-022

Una discusión corta que empieza con una disculpa. Luego el silencio incómodo. Consejos. Risas. Decisiones que tal vez no habría tomado en otro momento. Una solución improvisada que se convierte en una larga conversación en un agradable bar casi vacío. Vasos que se extienden hacia el infinito. Caminos que se abren sin que uno se de cuenta. Barreras que caen. Complicidad. Planes sin rasgo de malicia. Abrazos sinceros y una despedida larga.

Hace frío cuando bajo del bus. Camino con la capucha sobre la cabeza y un cigarrillo en los labios, disfrutando en el rostro cada una de las corrientes de aire helado que recorren las calles casi desiertas. En el cielo, la luna que empieza a menguar se oculta apenas tras un velo de nubes. Me detengo en la esquina para apagar la colilla. Una última pitada larga, para cobrar los impuestos como solía decir un viejo amigo. Desde una esquina alguien menciona mi apellido y me saluda con la mano. Por un momento agradezco estar con zapatillas y no tener que escuchar el eco de mis viejas botas sobre los ladrillos del bulevar. No busco sigilo, sólo silencio. Los arbustos cerca a mi puerta huelen a tierra húmeda. Un par de puertas más allá, un gato me observa en silencio, ojos brillantes sobre el pelaje oscuro. Me invade el recuerdo fresco de una mirada y una sonrisa. Sonrío mientras cierro la puerta y subo la escalera hasta mi habitación.

Aún me siento incompleto, pero ya no me siento solo.

miércoles, 18 de mayo de 2011

2011-021

Como todos, creo que hay días buenos y malos. Del mismo modo, hay semanas enteras que pueden ser mejores o peores que otras. Algunos días, como los últimos dos, sólo se puede clasificar como extraños.

Ayer por la tarde me crucé de forma casual con un curioso personaje que muy posiblemente haya caído de las páginas de alguna novela de capa y espada de hace un siglo o dos. O quizás en una vida anterior recorrió las callejuelas empedradas de París o Madrid, estoque en mano y la capa al viento, desfaciendo entuertos en las noches de luna bajo el cielo tachonado de estrellas. O algo por el estilo. De pronto llegó la sensación de que el mundo se había vuelto un lugar mas bien surrealista, con figuras extrañas navegando en un mar de palabras y oraciones interminables. Pronto, sin embargo, la oleada verbal se volvió algo monocorde y, en silencio, empecé a tratar de entender por qué alguien elegiría hablar de esa forma en su vida diaria. La única conclusión a la que pude llegar fue: porque le gusta pues. Con una sonrisa me despedí del curioso personaje para continuar mi camino habitual hacia el atardecer. Quizás en algún momento me vuelva a cruzar con él, aunque realmente no lo creo.

Pero ya fue suficiente de personajes que decidieron salir de páginas perdidas. Hora de volver a la realidad y a la taza de café caliente que me observa frente al monitor. Odio cuando las cosas se vuelven surrealistas.

sábado, 14 de mayo de 2011

2011-020

Después de algunas noches de insomnio, finalmente pude dormir bien. Normalmente duermo poco más de seis horas y eso es suficiente para mí, pero las últimas noches no había podido conciliar el sueño, a pesar de mis mejores esfuerzos, hasta por lo menos las tres o cuatro de la mañana.

Hubo un tiempo en que el insomnio era mi compañero de ruta. Y no me refiero a las largas noches tratando de terminar algún juego de video, ni a las maratones viendo episodio tras episodio de alguna serie. Me refiero a noches enteras sin poder dormir más de dos minutos seguidos. Cerrar los ojos para volver a abrirlos un segundo después, frustrado e incómodo. Ver docenas de pensamientos proyectados sucesivamente en la oscuridad del techo, en la incertidumbre de la puerta, en la profundidad del ropero. Abrazar la almohada en busca de una respuesta o al menos una solución temporal. Finalmente encender la luz, derrotado, y buscar algo que leer para tratar de distraerme un poco hasta que el cansancio me derribe. Ver, con los ojos entrecerrados por el sueño que recién empieza, cómo los primeros rayos del sol entran por la ventana e iluminan el despertador que sonará en un par de horas. Realmente odio esos recuerdos.

Y anoche, cuando ya presagiaba otra eternidad dando vueltas en la cama en busca del sueño, las brumas empezaron a envolverme en el momento mismo en que apagué la lámpara del velador. Cuando desperté, faltaba un minuto para que sonara la alarma. Todo está bien ahora.

martes, 10 de mayo de 2011

2011-019

Estaba en el proceso de escribir esto ayer al mediodía, pensando en la forma extraña en la que siempre termino encontrando al menos un buen amigo (de los que duran) en cada paso importante de mi vida, cuando de pronto surgió algo más interesante: pasar la tarde con una de las mejores personas que he conocido en mucho tiempo. No tuve que pensarlo ni por un instante. Traté de terminar el post en quince minutos, y como no pude, lo dejé para hoy.

La armadura que traigo puesta sólo me la quito frente a algunas personas. Siempre me ha resultado un poco difícil socializar. Tengo la tendencia a ser tímido y un poco huraño cuando recién conozco a alguien, a menos que por alguna razón me sienta cómodo con la persona que acabo de conocer. Curiosamente eso nunca ha sido impedimento para conocer a muchas personas interesantes, ni para socializar con otros igual de huraños que yo, y eso me ha permitido conocer a muy buenos amigos y amigas. Algunas veces pienso que tal vez debería bajar las defensas en algún momento, abrirme un poco más, pero siempre hay algo o alguien que, de una forma u otra, me hace recordar por qué decidí cerrarme.

De pronto me doy cuenta que eres de las pocas personas con las que mantengo contacto realmente frecuente y regular, y también eres una de las cinco personas que me han visto sin la armadura emocional. Ahora subo al bus para pasar un rato contigo, sin armaduras.

viernes, 6 de mayo de 2011

2011-018

Estos días de otoño han sido bastante interesantes. Ha empezado a hacer un poco de frío últimamente, y he empezado a sentirme cada vez mejor justamente por eso. Una frazada extra en la cama. Té caliente a media mañana sin morir de calor. Nubes gordas y ligeramente grises en la tarde. Gotas de lluvia formando pequeños charcos en el bulevar. El olor a tierra mojada. Viento frío contra la piel mientras camino entre las sombras de las noches de otoño. Mañanas de pie en la ventana, con una taza de café en las manos, viendo la ligera neblina que empieza a recorrer las calles como un ser vivo.

Me gusta el frío. Tal vez sea una cuestión de nostalgia más que cualquier otra cosa, pero siempre he preferido el otoño y el invierno. Algunos de los mejores recuerdos que tengo son de momentos ocurridos durante distintos inviernos, algunos mucho más fríos que otros, pero siempre con más recuerdos buenos que malos. La compañía correcta hizo que este último verano fuese más soportable que antes, lo cual fue una sorpresa bastante agradable después de mucho tiempo, aunque realmente me hubiese gustado tener esa misma compañía durante el invierno anterior.

Todavía faltan varias semanas para que llegue el invierno, y parece que va a ser uno bueno, al menos desde mi punto de vista. Mientras tanto, el otoño está aún un poco indeciso, pero de vez en cuando regala días bonitos con nubes gordas y noches de viento frío. Caminaré un poco mientras espero la lluvia.

martes, 3 de mayo de 2011

2011-017

De pronto siento el golpe, directo y sin avisar. Ansiedad, creo, pero no recuerdo haberla sentido así antes. De pronto no puedo respirar. Lo intento, pero no puedo. De pronto todo no es más que un borrón y siento que el suelo empieza a dar vueltas rápidamente. Me saco los lentes, apoyo la frente en las palmas de mis manos y cierro los ojos. Debería contar hasta diez. Los latidos no me dejan pensar. ¿Son míos? No puedo contar. Nunca había escuchado latidos tan fuertes. Ahora tengo toda la cara enterrada en las manos. No puedo ver nada. No quiero contar. Presiono mi rostro con las palmas. Vamos, una bocanada de aire. No llega. No recuerdo cómo contar. Escucho el aviso constante de la computadora a mi lado y el sonido de los discos duros y los ventiladores. Aire. Respiro. Mi nariz se enfría y mis pulmones se llenan. Otra vez. Otra más. No quiero abrir los ojos. Todavía no.

Siento varias docenas de pensamientos distintos agolpándose en mi mente, contradictorios y complementarios, una danza al mismo tiempo violenta y apacible de ideas que luchan por salir. Por prevalecer. El silencio llena mis oídos. Algo se abre paso entre el caos. No viene del mismo lugar de los otros pensamientos. Siento una oleada de calma recorriendo mi cuerpo entero. Ya casi no escucho los latidos.

Abro los ojos. La ventana parpadea en el monitor, insistente. Ya pasó. Ya no importa. Hora de seguir adelante y no dejar que el pasado nos muerda.

lunes, 2 de mayo de 2011

2011-016

Y así, de pronto, las cosas cambian de la forma más imperceptible, y el mundo sigue girando igual que lo hacía cinco minutos antes, sin que te hayas dado cuenta de nada. El Sol sigue saliendo por el mismo sitio, Plutón sigue sin recuperar su categoría de planeta y nadie parece siquiera haberse enterado de eso en primer lugar. Pero algo se siente distinto y no tiene nada que ver con el universo, ni con la economía, ni con nada.

Siempre he creído, en lo personal, que estos cambios de los que sólo se puede dar cuenta quien los experimenta son los mejores, porque a pesar de ellos todavía sabes dónde estás parado en este momento, y puedes seguir con tu vida como si nada hubiese cambiado, aunque dentro de ti sientas que lo ha hecho, siquiera un poco. Caminar por las mismas calles y llegar al mismo lugar de siempre, sabiendo que ahora es un lugar completamente distinto y que sólo uno mismo puede sentirlo así. Es como una pequeña broma interna entre uno y el universo, un guiño entre las nubes y el sol que aún no se quiere ir. Como tomar un helado y sentirte bien mientras ves la lluvia al otro lado de la ventana.

Salgo al balcón y todo sigue igual. No. No todo. El aire se siente distinto. Se siente más fresco, quizás por el otoño. Pero hay algo más. Magia, tal vez. Algo cambió, de eso estoy seguro. Y nadie más puede verlo.

sábado, 30 de abril de 2011

2011-015

Ayer alrededor del mediodía recibí una llamada de alguien a quien no veía desde hacía mucho tiempo. La conversación que siguió fue bastante entretenida, sobre todo porque nos dimos cuenta que, a pesar del tiempo transcurrido (y de no habernos visto frente a frente en casi un año), se sentía como si hubiésemos hablado apenas el día anterior. Recordé en un instante las largas conversaciones sobre los temas más diversos. Las noches en el teléfono renegando por algo que le había sucedido a alguno de los dos y que luego veríamos como una tontería. Las caminatas hasta el paradero. El eco de las risas en medio de la noche. La extraña sensación de haber encontrado algo muy parecido a un hermano. Son pocas las personas con las que me sucede eso.

A veces me pregunto si sucedería algo parecido con algunas de las personas que he dejado atrás por un motivo u otro. Me pregunto si el tiempo, la distancia, las decisiones tomadas, las cosas dichas y dejadas de decir, las diferencias que todavía subsisten, permitirían un reencuentro siquiera cordial, aunque sea una llamada telefónica. Me lo pregunto sin mayor convicción porque en el fondo no me preocupa mucho. Es sólo curiosidad.

Reviso las pocas fotos que tenemos juntos y que conservo en el disco duro. Los recuerdos me hacen sonreír sin darme cuenta. Me gusta saber que nuestra amistad ha llegado al punto en que podemos reencontrarnos después de mucho, y sentir que el tiempo no ha pasado. Se siente bien.

viernes, 29 de abril de 2011

2011-014

Cuando escribo sobre mí mismo no es para darme palmadas en la espalda y autofelicitarme, sino para mostrarme tal como soy y tratar de que me vean tal como soy. Cuando hablo sobre las cosas que me pasan, las cosas que siento, las cosas que sueño y demás, lo hago porque creo que hablar al respecto no sólo es una buena forma de terapia, sino que, eventualmente, podría servirle a alguien en una situación parecida.

Muchas veces escribir un blog o tener una cuenta de Twitter es una cuestión de ego y de sentirse mejor que el resto. Otras veces es sólo querer decir algo. Lo mío es lo segundo. Si algunos días este blog no tiene sentido es porque nunca pensé que debiera tener sentido. Este blog es sólo un medio para mostrar mis intentos diarios de compartir algo de mi vida, escribir al menos doscientas cincuenta palabras y retomar un poco de la disciplina que solía tener hace años. No me importa el número de visitas, tampoco la cantidad de "me gusta", ni los retweets y mentions. Me importa, simplemente, la satisfacción de estar cumpliendo una meta personal y saber que por ahí hay alguien que me lee de vez en cuando. El hecho de que a varios les gusten las cosas que escribo es un honor que agradezco de todo corazón. También agradezco a los que se toman el tiempo de decirme que no les gustó, eso me indica que al menos se dieron el trabajo de leerlo.

jueves, 28 de abril de 2011

2011-013

Esta ha sido una mañana bastante mas lenta de lo habitual, llena de la extraña sensación de estar a la espera de algo que no sé si llegará, o si existirá siquiera. Había olvidado ya la incertidumbre, a medias agradable y a medias aborrecible, antigua compañera de viaje que esperaba haber dejado atrás para siempre en una de las tantas curvas del camino.

Hoy desperté con el recuerdo de una conversación y el eco de una voz familiar repitiendo palabras que no alcancé a entender. Crucé la habitación de un salto (no es tan grande, realmente se puede cruzar de un salto o un par de pasos largos) y revisé a prisa los mensajes de texto y el registro de llamadas en el celular y el inalámbrico, pero nada. Tampoco en el historial de conversaciones de la laptop ni en el escritorio. No sucedió. Menos mal. Respiro un poco mas tranquilo. Palabras nunca dichas que se cruzaron en una conversación que sólo existió en el paisaje de un sueño, supongo. Me pregunto si en una conversación real se habrían dicho esas mismas cosas, con las mismas intenciones, con el mismo resultado. Tal vez el resultado habría sido distinto.

Sobre el escritorio, una taza de café fresco logra llenar el estudio con el aroma de las mañanas y alejar las telarañas de somnolencia que aun flotan a mi alrededor. Abajo, en la calle, los pasos de la gente tienen una certeza que de pronto me resulta envidiable. Siento el viento frío en la cara. Sonrío.

miércoles, 27 de abril de 2011

2011-012

Camino por las calles frías de una pequeña ciudad que recién despierta bajo el grueso manto de nubes que la cubre hoy. Mi mente empieza a divagar mientras camino siguiendo el olor del pan que recién sale de los hornos.

Acercarse. Alejarse. Dar vueltas alrededor. El mundo gira y las cosas cambian aunque algunas veces terminan siendo casi las mismas. Cambios de posición, piezas en el tablero de un juego que no podemos entender. Tanta gente que viene y va. Rostros y nombres que se pierden en el tiempo y el espacio. Algunos permanecen más tiempo que otros. Algunos se quedan para siempre. Danza extraña de la memoria que trae rostros del pasado y los mezcla febrilmente con las sombras del presente. Y, mientras tanto, yo camino en silencio con las manos en los bolsillos y muchas ganas de tomar un café que termine de despertarme y aleje estas divagaciones matutinas.

No recuerdo bien cómo llegamos, y la verdad es que no importa mucho. Lo que importa es que estamos ahí. Para el propósito de esta divagación no importa quiénes seamos, basta con que sepas que me refiero a nosotros. Algún día, antes de que el núcleo del planeta se enfríe, finalmente me preguntaré a mí mismo por el significado de nuestra presencia, y esperaré una respuesta distinta a la que ya conozco, aunque dudo que la reciba.

Esta mañana no quiero hablar. Sólo quiero caminar un rato sobre el frío concreto antes de perderme en la niebla en busca del desayuno.

lunes, 25 de abril de 2011

2011-011

Ayer por la noche, alguien a quien no he visto en mucho tiempo me envió una foto de mi ex. Tal vez fue por accidente, tal vez a propósito. Nada especial en realidad. Nada oscuro ni peligroso. Nada más que una foto de ella sonriéndole a la cámara en algún lugar que no conozco.

Siempre tuve el temor, oculto detrás de una coraza, de haber estado equivocado, de no haberlo superado y finalmente desarmarme en el último instante. No sentí nada. No me congelé ni tuve otro de esos momentos de nostalgia, ni hubo vuelcos del corazón. Tampoco hubo odio, ni rencor. Nada. Cero. Y eso fue lo que más me sorprendió. Pasé mucho tiempo pensando que el día que la volviera a ver sería difícil y doloroso, pero al parecer pasé todo este tiempo preocupándome por nada. Vi la foto un par de veces, noté algunos detalles en su rostro. La misma mirada que recordaba. La misma sonrisa que recordaba. Incluso la misma chompa que casi perdimos en una tarde de primavera. La misma mujer, salvo algunos años y kilómetros de distancia. Y ya no siento nada por ella.

Al parecer la imagen era parte de una serie de fotos de mi ex y su nueva familia. Le mostré la foto a una amiga y después eliminé el correo sin ver las demás fotos. Ni siquiera sentí curiosidad. ¿Cómo pasó? ¿En qué momento logré finalmente sobreponerme? Tal vez nunca lo sepa, y quizás sea mejor así.

Este es un amanecer distinto.

domingo, 24 de abril de 2011

2011-010

Por segunda vez estoy retomando este experimento personal de escribir al menos doscientas cincuenta palabras cada día, sin ningún tema en particular. Espero que este tercer intento llegue hasta fin de año de forma más o menos estable.

La necesidad de crear no ha desaparecido ni ha disminuido, sólo se ha reorientado, aunque es un poco complicado determinar a dónde ha ido exactamente. He estado dibujando de forma intermitente, en papel y en la PC. También he estado escribiendo, aunque la mayor parte de las cosas que he escrito han terminado amontonadas en el disco duro, esperando el día en que finalmente decida poner algo de orden en esas carpetas llenas de archivos inconexos. Teniendo en cuenta que prácticamente vivo en un estado de vacaciones permanentes interrumpidas por breves periodos de trabajo, no tengo más excusa que atribuir la falta de productividad (o más bien, la dispersión de dicha productividad) a la siempre tentadora procrastinación.

Sea como sea, espero poder establecer una rutina estable de escritura esta vez, a diferencia de los intentos anteriores. Había pensando en tener un buffer también, más o menos de una semana para poder cubrirme a mí mismo en caso necesario, pero eso realmente atenta contra el propósito mismo de este proyecto personal. Tal vez sea una buena idea escribir un primer borrador en la mañana y luego limpiarlo un poco y publicar hacia el mediodía. Trataré de hacer eso por algunos días, si funciona lo mantendré, y si no funciona probaré algo más hasta encontrar algo que sí funcione.

viernes, 22 de abril de 2011

2011-009

Escrito alrededor de las 2.30am.

Algunas noches son particularmente jodidas. Cosas que se quedaron sin decir, cosas que se pudieron decir de otra forma, cosas que tal vez no se debieron decir. Cosas que quizás se pudieron evitar, pero no supe cómo. La sensación que queda después es una de frustración que se deriva de la impotencia de no haber hecho algo que de todas formas no sé cómo podría haber hecho. Quisiera, como John Constantine, encender un cigarrillo, lanzar un hechizo y perderme en las sombras, pero los hechizos tejidos con el humo de un cigarrillo son sólo metáforas para soluciones mas mundanas.

Creo que nunca aprendí a lidiar con eso. Después de pasar años atormentándome, mi solución práctica ha sido encerrarme en cosas que me ayuden a distraerme (lo cual ha terminado por convertirse en una adicción a los libros, comics y juegos de video). Aprendí a hacer a un lado esa frustración, pero no aprendí a lidiar con ella, mucho menos a evitarla. La verdad no estoy seguro si realmente quisiera aprender a hacerlo ahora. Tal vez sea que cada uno de nosotros tiene su propia forma de hacerlo, y la mía es enterrarla bajo una serie de aficiones. No lo sé.

Hora de cerrar la laptop y apagar la luz. La cabeza en la almohada, cerrar los ojos y esperar a que el cansancio o algo nos hagan caer en un sueño profundo que nos ayude a despejarnos un poco y nos permita ver la luz de la mañana. Hora de dormir.

jueves, 21 de abril de 2011

2011-008

Te veo alejarte y contengo la respiración a la espera de que dobles en la esquina. Te deslizas lentamente sobre el pavimento, una secuencia en cámara lenta y fluida. Y no puedo moverme. En silencio, al lado de una vereda desolada, no sé qué hacer. En mi mente, diagramas complejos que me permitirían enfrentar la situación y posibles variantes. Conozco el terreno, sé a dónde ir y a dónde no ir. Pero, en un instante, todo deja de tener sentido y no tengo la menor idea de cómo poner un pie delante del otro o cómo articular palabra. Tal vez estoy pensando demasiado las cosas. El cielo está oscuro y algo nublado. De pronto es una noche de invierno. No debería serlo. Otro salto en el tiempo. Al parecer sigues ahí, uno más de mis fantasmas. O quizás vivas en mi subconsciente, no lo sé. Un recuerdo convertido en fantasma que no quiere irse y se resiste. Veo tu cabello agitarse cuando tu sombra desaparece en la esquina. Quisiera poder despedirme, al menos hasta la próxima vez que decidas aparecer en medio de una noche tranquila.

Todo comienza a volver lentamente. El tiempo se mueve como si despertara de una siesta de media tarde en un sofá mullido. La veo alejarse con pasos rápidos en una fresca noche de otoño con un ligero viento agitando su cabello. Es tan distinta a ti. Y la situación es tan parecida que no deja de darme escalofríos cuando lo pienso. Siento que sonríes desde alguna parte.

miércoles, 20 de abril de 2011

2011-007

El año pasado fue bastante bueno.  Creo que renunciar a fines del 2009 fue una de las mejores decisiones de mi vida. Me fui realmente sin tener la certeza de que la aventura durase más que un mes. Duró cinco semanas, y después empezaron casi dos meses de no hacer nada y luego… luego todo cambió. Es curiosa la forma en que las cosas se fueron dando una tras otra casi sin darme cuenta. Un día, sin hacerme mayores ilusiones, empecé un nuevo trabajo. Al final del primer día había conocido personas que luego se volvieron parte importante de mi vida. De pronto, me sentí cómodo. No fue cuestión de encontrarle el gusto al trabajo, sino más bien de trabajar en algo que realmente me gusta. Y tuve la suerte de poder seguir haciéndolo incluso después de que el proyecto terminó y dejé de pasar casi 8 horas diarias en esa oficina. De pronto, encontré algo muy parecido a la felicidad.

Mi rutina ahora consiste básicamente en llenar las horas mientras espero el siguiente trabajo que me ayudará a seguir un tiempo más. Luego vienen las largas horas de traducción divididas en descargas de adrenalina alimentadas por café, música pesada y pausas cortas dedicadas a recuperar energía. Y luego volver a esperar.

La vida del traductor freelance puede ser algo complicada y difícil de entender, pero tiene muchas recompensas, la mayoría de las cuales sólo pueden ser apreciadas por el mismo traductor. Pero es una vida que realmente no quisiera cambiar.

martes, 19 de abril de 2011

2011-006

Anoche, mientras veía la luna desde el balcón del tercer piso, recordaba las noches heladas caminando cuesta abajo en medio de la nieve en uno de los mejores inviernos de mi vida. Extraño sentir el aire frío en la nariz, en los ojos y las orejas, los diminutos copos de nieve estrellándose contra mi frente y el eco del motor de un automóvil que se pierde en la distancia. Caminaba con una bolsa de comida en una mano y un enorme vaso de refresco en la otra, con la certeza de que lo mejor del día estaba por llegar. Horas interminables sentados en el suelo de un piso alquilado entre siete personas que apenas se conocían y que quizás nunca se volverían a ver. Horas comiendo pastel de manzana y tomando algo de Coca-Cola mientras hablábamos del mundo, el trabajo, las universidades, todo y nada. Incluso más que esos momentos, extraño toda la época.  Había menos preocupaciones. Menos responsabilidades. Sólo mis ataques de depresión solían arruinar algunas noches, pero en general era una época mejor, llena de nieve y tardes frente al televisor con un tazón de canchita con mantequilla.

Escuché a lo lejos la sirena de una ambulancia. La luna ya no se veía, oculta detrás de las nubes. El aire se sentía ligeramente frío anoche, y fue un cambio agradable aunque aún falta para el invierno. No sabes lo mucho que nuestras conversaciones me ayudaron a seguir adelante, y creo que nunca terminaré de agradecerte todas las veces que estuviste ahí para escucharme.

lunes, 18 de abril de 2011

2011-005

El cielo es hermoso aquí. Creo que no le presté mucha atención hasta que estuve en quinto de secundaria y empecé a pasar horas sentado a la sombra de un árbol que no he vuelto a visitar desde entonces, observando las nubes barridas por el viento. Creo que era otoño entonces. Algunos días eran difíciles, otros eran jodidos.

Hubo un tiempo en que quise ser exactamente igual a los demás. Dejar de ser distinto. Ser uno más del montón. Perderme entre la multitud. No me gustaba ser diferente, aunque realmente no podía evitarlo. Hasta que empecé a tomar las cosas como vienen y entendí que lo que no te mata realmente te hace más fuerte, de una forma u otra. Soy nerd y estoy orgulloso de serlo.

Casi nunca salgo los fines de semana. Prefiero quedarme en casa porque la mayoría de discotecas y bares me aburren, salvo algunas excepciones que  no visito con frecuencia justamente para poder disfrutarlos más. Me gustan los comics, el rock, la ciencia ficción, la fantasía épica y muchas otras cosas. Me siento igual de bien sudando en un moshpit, sentado en silencio en una biblioteca, jugando juegos de rol, desarmando mi PC o leyendo noticias con una taza de café en las manos. Me gusta el invierno, la neblina y los días de lluvia.

Para algunos soy una contradicción. Soy sincero conmigo mismo, y eso es lo importante. Y ahora puedo sentarme a ver un cielo azul con nubes barridas por el viento sin deprimirme.

domingo, 17 de abril de 2011

2011-004

Me he acostumbrado a las visitas semanales. A caminar algunas cuadras hasta la terminal bajo el sol que se rehúsa a partir aunque el otoño se lo pida con neblina. A pasar por la plaza y ver a las palomas. A dormir en el bus con los audífonos puestos para bloquear el ruido del exterior y despertar poco antes de llegar a la terminal. A las caminatas hasta la estación del Metropolitano. Al rumor de las personas conversando de sabe Dios qué cosa. A los recorridos por este centro comercial o el otro. A dar una vuelta por las tiendas de computadoras para ver si hay algo nuevo. A tomar un helado o una gaseosa mientras espero a alguien. A ver a la gente yendo de un lado a otro, envueltos todos en el zumbido común a las ciudades. A entrar al supermercado para comprar cosas que siempre faltan o se antojan a último momento. A las despedidas bajo el cielo ya oscuro y sin estrellas. A las luces de los autos mientras voy a la terminal para empezar el viaje de regreso. Al tráfico casi siempre pesado dentro de la ciudad. Al bamboleo del bus en la oscuridad de la carretera y las siluetas de los cerros recortadas contra la noche. A regresar a casa entre la fría brisa de la medianoche. A dormir sabiendo que la semana siguiente se repetirán casi las mismas cosas.

Me he acostumbrado a una rutina bastante agradable que quisiera conservar el mayor tiempo posible.

sábado, 16 de abril de 2011

2011-003

Nunca me he visto en la necesidad de buscar un  lugar para vivir. Viví toda la infancia y adolescencia con mi familia en casa de mi abuela, y en los últimos años de la universidad nos mudamos a otra casa más pequeña que antes habíamos tenido alquilada. Hace unos tres años nos volvimos a mudar, esta vez al edificio en el que antes mis papás tenían la farmacia. Posiblemente a principios de mayo nos mudemos a la nueva casa construida en el terreno que antes era la casa de mi abuela. En fin, la cosa es que, a pesar de todas estas mudanzas, nunca he tenido que buscar un lugar para vivir. Cuando viví en Lima estuve primero en una pensión que encontré de casualidad. Luego viví en casa de mi hermana (lo cual, por cierto, resultó ser uno de los peores errores que haya cometido en mi vida), pero en fin, es otro lugar que no tuve que buscar. Debo ser una de las pocas personas que no ha pasado por eso, y realmente me siento agradecido por ello.

Empecé a pensar en esto mientras hablaba con una amiga que hace un tiempo estuvo buscando una habitación con espacio suficiente para ella y su vida, y la verdad es que, aunque me esforcé, no logré realmente ponerme en su lugar. No tengo la menor idea de qué haría si tuviese que buscar una habitación o un departamento. Supongo que entraría en pánico y me hiperventilaría antes de empezar a buscar.

viernes, 15 de abril de 2011

2011-002

Estoy sentado en la azotea del edificio que ahora se alza donde antes estuviera la casa de mi abuela. Pocas cosas me gustan tanto como la tranquila sensación de sentarme sobre los baldes de pintura que trajeron en la mañana (supongo que para los muros de la sala o algo) y observar las nubes. Me gusta sentarme aquí después de pasar el día metido en el estudio en la otra casa. Me gusta estar aquí y no hacer realmente nada más que dejar que pase el tiempo como lo hacen las palomas que en el día parecen observar todo desde sus puestos habituales en los cables de teléfono. A veces traigo la laptop para escribir y aprovechar la tranquilidad de no tener cerca una conexión estable y desprotegida de la cual colgarme. Se siente raro… se siente bien estar desconectado del mundo por un rato, pensar que las cosas podrían moverse a la velocidad de caminata que tenían antes y no a la carrera frenética a la que todo se mueve ahora. Nostalgia alimentada por la sensación de estar sentado nueve metros por encima del lugar en el que me sentaba a ver televisión durante buena parte de mi vida.

La luna creciente se insinúa detrás de las nubes que empiezan a separase un poco para dejarla sonreír sobre los mortales. Un mensaje de texto llega a mi celular. Al otro lado de la calle, un gato negro se despereza en el techo. Hora de regresar a casa y al tiempo real.

jueves, 14 de abril de 2011

2011-001

Leyendo después de mucho tiempo lo que escribía en mi primer blog entre el 2004 y el 2006, me doy cuenta de que, si bien algunas cosas han cambiado, hay otras que siguen siendo casi las mismas, como si se resistieran firmemente a cambiar. Las crisis existenciales se detuvieron hace un tiempo, y felizmente no han vuelto con la gravedad de antes. Ya no paso horas y días enteros atormentándome por cambios en la dirección del viento, pues eso sólo complicaba las cosas innecesariamente. He aprendido a convertir el daño en experiencia, y a dejar que esa experiencia descanse tranquila en la mochila de recuerdos. Sobreviví y me hice más fuerte, supongo.

Sin embargo, como dije, hay algunas cosas que siguen siendo casi las mismas, y hay fantasmas que siguen dando vueltas, no importa lo que haga para deshacerme de ellos. Algunos han pasado a ser compañeros de viaje. Otros dan vueltas a mi alrededor de tiempo en tiempo, murmurando cosas que se quedaron sin decir.

Una vez más tengo la sensación de que las cosas no están saliendo como deberían. Una vez más escucho el lejano susurro diciéndome que si tengo paciencia todo saldrá como espero, que esta vez será distinto. Y surge casi al mismo tiempo otro susurro diciéndome que todo será exactamente igual que las veces anteriores, aunque espere el tiempo que espere. Una vez más no sé bien qué hacer.

Enciendo un cigarrillo y dejo que el humo me envuelva y dibuje figuras extrañas que se alzan hacia las nubes.