Hace calor, igual que las últimas noches. El verano dejó de gustarme hace mucho tiempo, principalmente porque no me gusta el calor, sobre todo en las noches. La idea de dormir en una cama calentita sólo me entusiasma en invierno y algunas noches particularmente frías en otoño, pero me resulta bastante menos agradable en primavera y verano. Cierro los ojos y trato de dormir un poco más y no pensar en el calor.
Cielo celeste brillante con enormes nubes blancas barridas por el viento fresco que agita las hojas de los árboles salpicados sobre un valle que se extiende hasta el infinito. La sensación de saber que estoy soñando y que puedo cambiar el paisaje. Otoño, con más árboles y hojas secas bajo mis pies. Menos brillo. El viento un poco más fresco. Algunas aves en el horizonte. Caminar entre los rayos de luz que se filtra entre las copas de los árboles que ahora ocupan una buena parte del paisaje. La presencia distante de un río que no se alcanza a ver ni a oír. El brillo aumenta en el cielo, y las nubes se despejan. Un gato pequeño que se deja caer sobre mi hombro. El roce insistente de la sábana en la mejilla. La avalancha de sonidos que empiezan a entrar por la ventana como si hubiesen estado esperando la oportunidad. Abro los ojos.
El sol está arriba mucho antes de lo habitual. Hora de abrir todas las ventanas posibles y bajar a desayunar. Este verano será un crimen.