viernes, 15 de abril de 2011

2011-002

Estoy sentado en la azotea del edificio que ahora se alza donde antes estuviera la casa de mi abuela. Pocas cosas me gustan tanto como la tranquila sensación de sentarme sobre los baldes de pintura que trajeron en la mañana (supongo que para los muros de la sala o algo) y observar las nubes. Me gusta sentarme aquí después de pasar el día metido en el estudio en la otra casa. Me gusta estar aquí y no hacer realmente nada más que dejar que pase el tiempo como lo hacen las palomas que en el día parecen observar todo desde sus puestos habituales en los cables de teléfono. A veces traigo la laptop para escribir y aprovechar la tranquilidad de no tener cerca una conexión estable y desprotegida de la cual colgarme. Se siente raro… se siente bien estar desconectado del mundo por un rato, pensar que las cosas podrían moverse a la velocidad de caminata que tenían antes y no a la carrera frenética a la que todo se mueve ahora. Nostalgia alimentada por la sensación de estar sentado nueve metros por encima del lugar en el que me sentaba a ver televisión durante buena parte de mi vida.

La luna creciente se insinúa detrás de las nubes que empiezan a separase un poco para dejarla sonreír sobre los mortales. Un mensaje de texto llega a mi celular. Al otro lado de la calle, un gato negro se despereza en el techo. Hora de regresar a casa y al tiempo real.

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