lunes, 4 de marzo de 2013

2013-008

Una mañana fresca, cosa bastante extraña en estos días (más aún después de una noche bastante cercana a las calderas del infierno). Aunque una parte de mí celebra que el verano finalmente esté cediendo, otra parte me recuerda que una buena porción del otoño será una extensión del verano, y no me queda más que seguir abriendo todas las ventanas para no morir.

Realmente no sé a dónde se van las horas mientras estoy leyendo. Ayer pasé buena parte del día sentado en la pequeña terraza del segundo piso, tan concentrado en mi lectura que sólo noté el paso del tiempo al sentir el sol quemándome los pies. Y entonces caí en cuenta de que mi limonada se había terminado hacía un buen rato y ya debían ser alrededor de las dos de la tarde y era hora de ir a almorzar con mis padres. Me costó un poco dejar el libro, pero sabía que si decidía leer "sólo un capítulo más" no dejaría esa terraza en al menos una hora más. Algunas veces me preocupa el no poder despegarme de los libros, pero luego se me pasa hasta la siguiente vez en que no pueda desprenderme. Y el gusto sigue creciendo. Y soy feliz.

Y así terminó otro día, con una noticia inesperada. Una cerveza y un cigarrillo en la azotea para cerrar el día con un viejo hechizo mientras las nubes parecían abrazar la luna menguante. Diamantes y estrellas y una sonrisa hacia en el infinito. Buena suerte.

lunes, 18 de febrero de 2013

2013-007

Escribir por impulso. Por la necesidad de escribir. Porque los dedos están inquietos y escribir es mas productivo que tamborilear en el borde de la mesa. Escribir porque hace demasiado calor y no puedo dormir tranquilo.

Echarse un poco de agua en la cara y el cuello y abrir puertas y ventanas a ver si así se hace un poco más tolerable. Tomar un poco de agua y eliminarlo como sudor en un par de minutos. La seguridad de que habrá noches incluso peores y realmente no hay mucho que se pueda hacer salvo aguantar y traer el ventilador de la sala para ponerlo en alguna parte de la habitación. Saber que esta casa es mucho más fresca que la de mis padres, aunque su habitación siempre tuvo mejor ventilación que la mía y en este momento debe estar tibia y no hirviendo. Quedarse dormido a pesar de todo y despertar algunas horas después porque las sábanas ya están tan húmedas que se pegan al cuerpo.

El sol salió hace un rato y el calor sólo va a empeorar a menos que suceda algún milagro. Mejor entrar a la ducha de una vez y después aprovechar que estoy despierto antes de lo habitual. Tomar con calma un buen desayuno y leer las noticias acumuladas durante la noche. Tal vez por fin pueda terminar alguna de las mil cosas que tengo a medias desde hace un tiempo. Detesto el calor húmedo del verano infernal de la costa central peruana, pero al menos me sirve para despertar temprano.

sábado, 16 de febrero de 2013

2013-006

Siempre he querido tener una biblioteca en casa. No me refiero sólo a tener varios estantes repletos de libros, más o menos como lo que se quedó en la casa de mis padres, sino a tener un área de la casa (porque tiene que ser una casa pues mi idea no entra en un departamento… a menos que sea un departamento bastante grande) dedicada exclusivamente a los estantes y las colecciones de libros. Un escritorio o mesa de trabajo, una silla cómoda y un sofá o sillón tampoco vendrían nada mal. Estoy completamente seguro de que a los libros también les gustaría eso.

Me gusta observarlos desde el escritorio y al pasar. Hay algo reconfortante y al mismo tiempo estimulante en observar un grupo de libros ordenados en una biblioteca o apilados en un escritorio. Una sensación de tranquilidad, pero también de potencial. La sensación es casi la misma cuando estoy cerca de un Kindle. No es exactamente la misma, pero es muy parecida. No es sólo la sensación física del contacto con el papel, es algo que va más allá. Quizás sea sólo que realmente me gustan mucho los libros, pero prefiero pensar que hay una cierta magia inherente a la palabra escrita sin importar su presentación.

Sonrío mientras pongo otro libro en el estante y pienso que realmente debí haber comprado al menos un estante más para poder ordenar bien los libros y tener algo de espacio adicional. En fin. Será cuando mis cuentas finalmente se recuperen de los gastos de la mudanza.

viernes, 15 de febrero de 2013

2013-005

Sentado en una banca de la terminal, esperando. Todavía me pregunto, algunas veces, acerca de esto y lo otro y no sé qué más. A veces, incluso acerca de algunas cosas que se quedaron en el aire hace docenas de lunas. Supongo que debo haber estado bastante verde o podría haber evitado mucho de lo que estaba por venir. ¿Será cierto eso? ¿Podría haberlo evitado? ¿Qué hubiese pasado de haberlo hecho? ¿Estaría aquí o en otro lugar ahora? En otros universos, estas preguntas tienen respuesta. En este, no. Y a fin de cuentas no importa mucho. Otros espacios. Otros universos.

Observo las figuras caminando a mi alrededor. No escucho los pasos pues los audífonos bloquean casi todo. Prefiero llenarme los oídos y aislarme de todos al menos por un rato. Un par de reflejos sobre las losetas me traen recuerdos de algo tan lejano que bien podría ser una vida pasada, o la sombra intemporal de algo que soñé. Otro piso de losetas blancas. Varios millones de kilómetros entre entonces y ahora. Ya no duele, pero pica, como solíamos decir en el vórtice del tiempo. Al borde del amanecer y lanzando ideas inconexas que se perdieron para volver un par de eternidades mas tarde, sin que nada mas importe. Garrapateo todo esto en el cuaderno antes de que se vuelva a perder.

Y la figura empieza a aparecer por la escalera mecánica. Hora de guardar los audífonos y el cuaderno e ir a almorzar antes de que se haga más tarde.

jueves, 14 de febrero de 2013

2013-004

Solía hacer esto dos o tres veces por semana en la universidad. El almuerzo era un par de paquetes de galletas y una botella de agua, no por decisión propia sino más bien porque los horarios y la economía no me dejaban muchas opciones. Ahora el estómago se resiente un poco y acusa el maltrato. Estoy envejeciendo, supongo. Ahora un paquete de galletas y una botella de agua son sólo un tentempié hasta que finalmente llegue la hora de almorzar, más o menos una hora y media después de lo que debería ser… y más o menos unas tres horas más tarde de lo que yo quisiera. Sin embargo me he acostumbrado un poco a los almuerzos bastante tardíos (aunque sigo pensando que deberíamos encontrar la forma de que no fuesen tan tardíos, pero en fin), igual que me he acostumbrado a otras cosas.

Y un día, de pronto, te enteras de media docena de cosas en las que ya realmente no tenías mayor interés. Y eso te despierta la curiosidad y preguntas por algunas cosas más o menos de la misma época, y tu interlocutor piensa que realmente tenías interés en la primera media docena de cosas que te contó y empieza a contarte un par de docenas de otras cosas que resultan cada vez menos interesantes, pero la conversación continua por un buen rato.

Quedarán para siempre aquellos cigarrillos que solíamos fumar al borde del amanecer en medio de conjuros extraños y recurrentes. Me sirvo una taza de café antes de que empiece el calor infernal.

miércoles, 13 de febrero de 2013

2013-003

Esperando una vez más, ahora en un sitio que solía frecuentar hace varios años y al que dejé de venir por ninguna razón en particular. Es uno de esos ahora extraños días en que el sol no se decide a salir. En las manos un vaso de café sin azúcar y en el bolsillo una cajetilla de cigarrillos y un encendedor. Me invade de pronto la sensación de que me observa alguien que no puede estar allí porque hace tres horas estaba prácticamente en otro planeta. Un día de primavera como cualquier otro, en medio de un verano que no parece ser como cualquier otro. Allá vas. Las manos en los bolsillos de esa vieja casaca que debes haber tirado a la basura hace mucho. El recuerdo de un nudo en la garganta. Un trago largo de café.

L'esprit d'escalier con demasiado tiempo de retraso. Cosas que se pudieron decir pero quedaron para siempre arrumadas junto con todo lo que pudo ser en otro momento. Otro trago de café.

Siento por un instante la mirada de la pareja al otro lado del pasillo. A ella la conocí hace mucho, en algo que cada vez parece más otra vida. Recuerdo esos ojos. A él también lo conocí, un par de años después. ¿Me habrán reconocido? Espero que no. Realmente no tengo muchas ganas de poner al día las historias. La repentina resolana es una buena excusa para ponerme los lentes oscuros y caminar hacia otro lugar. Es uno de esos días.

martes, 12 de febrero de 2013

2013-002

Un par de ojos amarillos me observan en silencio desde un techo al otro lado de la calle. Mueves una oreja triangular. Ayer no estabas ahí, ¿de dónde has venido? ¿Eres de algún vecino? ¿Estás de paso? Los gatos siempre serán algo fascinante para mí. Hubo una época, en casa de mi abuela cuando las cosas eran más simples, en que una pequeña tribu de gatos solía acompañarnos casi todo el tiempo. Tenían un pequeño matriarcado en el jardín, con una matrona amable que gustaba de acompañar a mi madre frente al televisor, dormía al lado de la cama de mi abuela y me buscaba para jugar un poco antes de la cena.

Parpadeo por un instante y ya no está.s En tu lugar queda sólo un espacio con tu forma, como en esa historia de Neil Gaiman sobre el hombre que olvidó a Ray Bradbury. Un pequeño espacio en forma de un rollizo gato gris con ojos amarillos. Pero no puedo conjurarte recitando el alfabeto. Algún día, supongo, un gato volverá a aceptarme como compañero para jugar o leer, o simplemente para que le rinda tributo todos los días con un plato de comida.

Es curiosa la forma en que algunos recuerdos permanecen siempre al alcance de la mano, mientras otros apenas regresan muy de vez en cuando y otros se pierden en los confines de la memoria. La tribu de gatos en el jardín de mi abuela es uno de esos recuerdos que están siempre a la mano.

lunes, 11 de febrero de 2013

2013-001

Escrito hace semana y media mientras esperaba a Movistar.

Quedan por desocupar varias cajas llenas de libros, cosas pequeñas y papeles varios que, honestamente, pensé que se habían perdido hace muchos años. Me tomo un descanso, y de paso aprovecho para que el cuerpo se vaya acostumbrando al nuevo escritorio. Se siente un poco extraño, después de tanto tiempo de trabajar y escribir en ambientes muy poco ergonómicos, aunque con bastante espacio, usar un escritorio diseñado para no maltratar. Los músculos de los antebrazos trabajan extra tratando de encontrar la posición de siempre, aunque la tensión de las muñecas ha disminuido considerablemente.

Hay varias cosas nuevas además del escritorio. Un par de estantes para ya no tener los libros apilados en el cuarto ni tener juegos de mesa y artículos varios desperdigados por toda la casa, aunque creo que voy a necesitar un par de estantes más. Un colchón nuevo (que había querido comprar desde hace tres años pero se había ido quedando para después por una razón tras otra) para poder dormir tranquilo sin tener que estar reajustando las vértebras cada mañana. Un par de almohadas para poder rotar las otras dos. Aún necesito comprar una mesa adicional para la oficina y un escritorio pequeño para el cuarto, pero eso será cuando haya tiempo y la tarjeta se recupere un poco. La sensación de poder manejar esta casa como yo quiera también es nueva, y bastante agradable.

Ahora, si tan sólo Movistar se diera prisa en trasladar mi línea de teléfono y conectar el módem podría estar más tranquilo.