sábado, 30 de abril de 2011

2011-015

Ayer alrededor del mediodía recibí una llamada de alguien a quien no veía desde hacía mucho tiempo. La conversación que siguió fue bastante entretenida, sobre todo porque nos dimos cuenta que, a pesar del tiempo transcurrido (y de no habernos visto frente a frente en casi un año), se sentía como si hubiésemos hablado apenas el día anterior. Recordé en un instante las largas conversaciones sobre los temas más diversos. Las noches en el teléfono renegando por algo que le había sucedido a alguno de los dos y que luego veríamos como una tontería. Las caminatas hasta el paradero. El eco de las risas en medio de la noche. La extraña sensación de haber encontrado algo muy parecido a un hermano. Son pocas las personas con las que me sucede eso.

A veces me pregunto si sucedería algo parecido con algunas de las personas que he dejado atrás por un motivo u otro. Me pregunto si el tiempo, la distancia, las decisiones tomadas, las cosas dichas y dejadas de decir, las diferencias que todavía subsisten, permitirían un reencuentro siquiera cordial, aunque sea una llamada telefónica. Me lo pregunto sin mayor convicción porque en el fondo no me preocupa mucho. Es sólo curiosidad.

Reviso las pocas fotos que tenemos juntos y que conservo en el disco duro. Los recuerdos me hacen sonreír sin darme cuenta. Me gusta saber que nuestra amistad ha llegado al punto en que podemos reencontrarnos después de mucho, y sentir que el tiempo no ha pasado. Se siente bien.

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