jueves, 24 de diciembre de 2015

2015.015

Café, un par de empanadas y la nueva temporada de American Horror Story. A veces ella me pregunta por qué me gustan las series y películas de terror. La respuesta es siempre la misma: no importa mucho el género, importa la historia y la forma de contarla. Para mí las mejores historias de terror no son las que asustan con el close-up al monstruo o la criatura que salta desde la oscuridad (aunque en algunos casos el recurso es efectivo), sino las que dejan una sensación incómoda. No miedo, más bien perturbación. La sensación de haber visto algo que no deberías haber visto, o de que algo está fuera de lugar y no sabes exactamente qué. Por eso es que, para mí, la primera y segunda temporadas de American Horror Story funcionan mejor que la tercera (igual es buena a su manera) y la cuarta (aunque tiene algunos momentos que se pierden en medio de lo demás), y por eso películas como The Shining dejan sustos de por vida, The Conjuring asusta y deja imágenes y escenas interesantes, mientras medio centenar de películas recientes sólo asustan bajo ciertas circunstancias específicas (y otras son tan malas que al día siguiente no puedes recordarlas).
Hannibal y Silence of the Lambs pero no Red Dragon.
Por cierto, hace algunos meses descargué y vi una película que resultó ser tan mala que la borré inmediatamente después de verla y ya no recuerdo qué película era. Eventualmente volveré a tropezar con esa película y la odiaré una vez más.

jueves, 4 de junio de 2015

2015.014

Escucho a mi mamá conversando con Estefani durante el desayuno, usando nombres de parientes cercanos y lejanos como referencia para orientarse en el tramado de la ciudad. Es una sensación ligeramente arcana y absolutamente mágica. Las casas tienen apellidos y son familiares de otras casas, terrenos y locales que no están en calles sino en cadenas de nombres y fotografías en blanco y negro. La conversación como mapa, no de la ciudad, sino de las personas que viven y han muerto en ella.

Es el tipo de conversación en la que prefiero escuchar y no intervenir salvo con sonidos o gestos de aprobación (o desaprobación o interrogación según sea necesario), porque normalmente no tengo idea de quiénes son las personas que mencionan, aunque puedo ubicar las calles en cualquier mapa en mi smartphone. El tipo de conversación que solían sostener mi abuelos y que todavía sostienen mis tíos, y que algunas veces mis hermanas tratan de sostener sin mayor éxito. Supongo que, más allá de saber cuáles de mis amigos y familiares viven relativamente cerca, nunca me interesó mucho saber quién más vive o vivía en el mismo barrio. Las referencias que aprendemos forman diagramas de Venn con las referencias que aprendieron las otras personas con las que nos cruzamos en nuestras vidas. Terreno común, como mencionar StarWars en una reunión y observar las reacciones.

Una taza de café para terminar de despejar el modo zombi de las mañanas, y un par de panes calientes con mantequilla de maní para sobrevivir hasta la hora de almuerzo.

jueves, 21 de mayo de 2015

2015.013

Definitivamente necesito poner algunos cuadros en la casa. Los tonos amarillos de las paredes son agradables pero la casa se ve un poco vacía. Quizás algunos pósteres enmarcados de películas, o ilustraciones de los autores de los webcomics con los que he estado enganchado desde hace un tiempo… si es que finalmente me animo a pedirlos, porque me preocupa que se maltraten en el camino. O un mapamundi como el que solíamos tener en el comedor. O esas viejas fotos familiares en blanco y negro y sepia que están guardadas en el costurero metálico (que solía ser una lata de galletas hace más de sesenta años) y que llevamos al menos una década pensando en poner en marcos.
Estantes con libros, cómics y juegos de mesa. Algunos cuadros en las paredes. El sofá que ahora tiene tapiz verde. Contando mi estudio, la habitaciones adicionales y un miniservidor de archivos (si toma sus vitaminas eventualmente crecerá y será un servidor grande y fuerte) con series y películas, la casa viene a ser una versión revisada de la casa de mi abuela. Sólo falta un jardín con gallinas, patos y flores. No extraño a las aves de corral realmente, pero las flores, o al menos algunas plantas, podrían ser un buen detalle.
Es curiosa la forma en que tendemos a repetir sin querer algunas cosas que resultan familiares. Avanzamos para regresar al terreno conocido. Y después de dos años de haberme mudado, finalmente estoy pensando seriamente en decorar la casa con algo más que libros.

jueves, 12 de marzo de 2015

2015.012

La misma nostalgia que nos hace recordar algunas cosas como mucho mejores de lo que fueron en realidad, nos juega mal cuando tratamos de ver en nuestros nuevos televisores una película de cuando éramos niños. No importa que el televisor en cuestión sea un aparato enorme y pesadísimo de  hace diez años, de todas formas es mucho mejor que el televisor en que vimos la película hace veinte años (y ese televisor posiblemente tuviera ya diez años a cuestas en ese momento), y las diferencias se hacen notar. Como me decía una amiga hace tiempo, de pronto te das cuenta que ese fondo negro en Alien en realidad tenía detalles… pero eso también le quita un poco a algunas escenas que ahora se ven más artificiales de lo que deberían. Claro que siempre voy a saltar cuando el chestburster sale del pecho de Kane y cuando el xenomorfo embosca a Dallas en los ductos de ventilación (no me digan que es spoiler, si no han visto Alien hasta ahora tienen un problema serio, aunque fácil de solucionar), pero ese es otro asunto.
Vuelvo a ver Depredador después de mucho tiempo, y me sorprende que, a pesar de todo, las tomas del yautja (la criatura) moviéndose entre la selva todavía resulten interesantes. Tal vez sea que la acción en Depredador es principalmente diurna, usando la vegetación para ocultar al yautja, o tal vez sea que el camuflaje óptico siempre se vio raro y no hay mayor diferencia. Aunque la visión térmica ahora parece hecha con crayola.

domingo, 15 de febrero de 2015

2015.011

Un día cualquiera (o quizás una noche distinta) caí en cuenta de que me he acostumbrado, sin quererlo, a la conveniencia de todo. A no tener que pensarlo mucho y que todo siga un cierto curso que resulta a medias familiar y más o menos predecible. Un marco de orden para contener un poco el caos. Rutina o inercia o estabilidad, no estoy seguro, pero es algo que se sentía bien entonces y se siente bien ahora. La rutina es, algunas veces, un refugio bastante agradable después de todo.

Termino de ordenar mi colección de cartas de Magic the Gathering en una caja de zapatos (no es la mejor forma de guardarlas, pero es todo lo que tengo por ahora y no estoy seguro de que la situación cambie pronto). No he jugado en ocho años, y las nuevas cartas se ven lo suficientemente interesantes como para retomar el viejo vicio. Buen motivo para enseñarle a jugar a uno de mis ahijados con la excusa de que la mecánica del juego podría ayudarle a practicar matemática, concentración, comprensión de lectura, toma de turnos… y básicamente cualquier otra cosa que se me ocurra y que sea potencialmente cierta y de la que pueda convencer a su mamá. Después de todo a mí me enseñaron a sumar y restar con juegos de tablero. Hora de pasar el conocimiento a una nueva generación.

Una película de la Hammer que aún no he visto y un par de cervezas el sábado por la noche. Buena forma de cerrar la semana.

jueves, 12 de febrero de 2015

2015.010

El café de los días de trabajo es combustible para seguir adelante, mientras el café del tiempo libre y los fines de semana es para recuperarse, saborear y recordar. Hace meses, desde su lugar favorito en la esquina de la cama, el gato solía observarme como si se preguntase por qué le presto tanta atención a una taza de café. No es el café en sí mismo, son las sensaciones que lo acompañan. Es poder revisar las notificaciones del celular con toda la paciencia del mundo un sábado por la mañana y ver llegar los recuerdos de un sábado que pudo haber sido en otra vida. Es ver pasar esos recuerdos, estirar los dedos y acariciarlos mientras el café pasa lento acariciando la garganta. O quizás sólo estoy proyectando y en realidad el gato estaba viendo los hilos de vapor que subían desde la taza para perderse en el tiempo y el espacio. Pero la ilusión era agradable.
El teléfono suena para anunciar una visita inesperada. La enésima variación de una mezcla de café encontrada de casualidad. La sensación tibia de volver a compartirla con otros humanos y ocupar espacios que habían quedado vacíos casi sin notarlo. Igual que antes.
Un par de libros apilados al lado de la cama, a la espera de que termine de leer uno que tengo abierto y otro que está empezado en la aplicación de Kindle en el celular, y muchas distracciones que no me dejan leer tan rápido como quisiera. Igual que siempre.

sábado, 7 de febrero de 2015

2015.009

Tengo el navegador en pantalla completa para ver un mapa de Dungeons and Dragons del que quiero sacar algunas ideas para una aventura que eventualmente usaré con mi grupo (con algún grupo). En momentos como este, me gustaría tener un segundo monitor para escribir la aventura teniendo el mapa gigante al lado, o poner twitter en pantalla completa como una suerte de ruido de fondo. Tal vez en un mes o dos (o tres), cuando mi tarjeta esté bien recuperada de los gastos recientes. La vieja idea de llenar el escritorio de monitores aunque no haya nada que mostrar en ellos.
Y mientras escribía ese párrafo, me di cuenta de que Coraline, mi laptop, ya tiene casi seis años de maltrato duro y parejo. En todo este tiempo sólo he tenido que reemplazar una vez el cargador. Claro que la batería ahora dura, con suerte, un poco más de una hora, pero el teclado y el monitor están casi en perfectas condiciones (salvo por la tecla Q, que se rompió apenas un mes de después de haber comprado el aparato, cuando le cayó encima una taza vacía). Espero que dure unos cuantos años más, porque realmente no tengo muchas ganas de invertir en otra laptop en un buen tiempo, aunque a veces aparezca la tentación.
La tentación a la que sí voy a seguir sucumbiendo con cierta frecuencia, y por tiempo indefinido, es la de comprar libros aunque sea para seguir apilándolos en un mueble hasta que tenga tiempo de leerlos.