jueves, 20 de octubre de 2011

2011-031

De pronto me doy cuenta que hace varios minutos no hay actividad en mi Tweetdeck, lo cual es bastante raro a esta hora de la tarde y en un día más bien agitado, pero podría ser una coincidencia. Pasan un par de segundos antes de darme cuenta de que Skype y Messenger muestran errores y Dropbox no puede sincronizar. Se cayó la conexión. Por costumbre corto la energía al módem y espero unos segundos antes de volver a encenderlo, aunque sé que no habrá diferencia. Nada. Levanto el teléfono, marco el número de servicio técnico y ni bien marco la extensión para pedir información escucho el mensaje grabado que me avisa de una avería masiva en la zona y mil disculpas, estamos trabajando para solucionarlo. Cuelgo. Otra avería más. Tomo un sorbo largo para terminar mi taza de té verde.

Salgo al balcón a ver a la gente que camina distraída mirando las tiendas en el bulevar. Veo un grupo de adolescentes en el balcón de la cabina de Internet, parecen estar comparando apuntes en un par de cuadernos. Son del barrio y suelen pasar un par de horas en la cabina todos los días. Quiero pensar que están haciendo tareas, pero lo más probable es que estén revisando estrategias para la siguiente partida cuando regrese la conexión. Me pregunto por un instante qué tan bien les irá en el mundo real.

Siento la vibración en mi bolsillo, alguien me reclama en el celular. Hora de llamar y avisar que no tengo conexión.

Actualización: La conexión se restableció hace 15 minutos, justo cuando terminaba de escribir el post.

domingo, 16 de octubre de 2011

2011-030

Ayer por la tarde fue el bautizo del hijo de uno de mis mejores amigos, razón por la cual ahora tengo un ahijado. Entonces me di cuenta de que lo conozco desde hace veinticinco años y fuimos amigos desde el primer día. Mientras regresaba a casa en la noche, después de acompañar a la suya a una amiga, a la que también conozco desde que teníamos cinco años, aunque sólo nos hemos vuelto realmente cercanos desde hace unos tres años, me puse a pensar en la forma en la vida se encarga de poner en tu camino a personas que realmente necesitas. También es curiosa la forma en que muchas veces pasamos sin darnos cuenta y dejamos de lado a personas importantes.

Tardes de luz anaranjada corriendo detrás de las gallinas o los patos, el eco de las risas en la sala. Largas mañanas frente al televisor viendo películas y comiendo galletas. Interminables sesiones de juegos de vídeo donde las revanchas venían una tras otra.

Larguísimas conversaciones en la puerta de la casa viendo las nubes y los niños en la calle. Las tardes caminando antes de ir a ver una película. Los años que perdimos y que pudieron cambiar tantas cosas. El tiempo que recuperamos como pudimos. Los momentos que vendrán.

Subo la escalera pensando aún en la forma en que los conocí hace veinticinco años, y la verdad es que no puedo recordar exactamente cómo sucedió. Me pregunto si todavía tendré por ahí las fotos de esa época.

sábado, 15 de octubre de 2011

2011-029

Una taza de café para curar el efecto zombie de la mañana y empezar un día promedio. Día promedio traduciendo partes de un blog, con varias ventanas abiertas a la vez en el mismo monitor y haciendo algo de kung-fu en el teclado para pasar de un diccionario al otro y después a buscar en Google para verificar que el término de verdad exista y se use y que no sea sólo producto de una imaginación activa y el impulso adicional de la cafeína. Un par de golpes de tecla más y ahora a consultar con los colegas y conversar un poco con amigos que están lejos. A veces creo que debería comprar un monitor más grande o tal vez usar dos monitores.

Día promedio en el que a las lumbares se les ocurrió fregar la paciencia después de mucho tiempo. Al menos ya terminé lo que tenía pendiente y ahora puedo estirarme y hacer los ejercicios para ayudar a los músculos de la espalda y poner la columna en su sitio correcto por un buen rato.

Un día promedio que termina con una llamada telefónica que me trae una sonrisa y una larguísima conversación con una amiga a la que no veo desde hace casi dos años. Sin darnos cuenta pasamos de hablar de su trabajo, a las comidas que más nos gustan, a los fantasmas que aún penan en la casa de la cual se mudó antes de que nos conociéramos. Un día promedio que termina muy bien.

viernes, 14 de octubre de 2011

2011-028

Hace unos días leía un poco mientras esperaba a que sonara el teléfono para indicarme que ya era hora de salir. Página tras página empezaron a pasar casi sin darme cuenta, apenas interrumpidas por un par de breves miradas al reloj. Afuera, el sol se terminaba de ocultar lentamente, y las nubes anaranjadas que lentamente se volvían púrpura me confirmaron que no ibas a llamar y una vez más tenía que salir sin saber con certeza si estarías allí.

Algunas cosas nunca cambian, no importa cuántas ganas tengamos de que cambien, o cuanta fe tengamos en que finalmente hayan cambiado. Y siempre terminamos estrellándonos contra los mismos muros, las mismas decepciones (que ya deberían haber dejado de ser decepciones, puesto que las hemos visto repetirse una y otra vez), las mismas frustraciones y las mismas conclusiones. Duele. Y tal vez no tanto porque las cosas no hayan cambiado, sino porque quisimos creer que sí lo hicieron, y de pronto nos damos de cara con la realidad: nos hemos engañado a nosotros mismos una vez más. Nos hemos ilusionado y hemos terminado por desilusionarnos, y eso siempre es jodido. Y ahora no queda otra más que apretar los dientes y seguir adelante.

Al volver, en el silencio del estudio, me sorprendió un bip en el bolsillo del pantalón. Una disculpa tardía. Apagué las luces y me hundí en la silla para volver a ver un episodio de Doctor Who, comer algo de canchita y olvidarme de todo esto aunque sea por un par de horas.

jueves, 13 de octubre de 2011

2011-027

Demasiado tiempo sin escribir, o al menos sin escribir aquí. La última vez había sido el día de las elecciones, aunque una cosa no tenía realmente nada que ver con la otra y sólo fue una excusa para escribir una vez más. Las mañanas se fueron volviendo cada vez más frías, las tazas de café cada vez más grandes y frecuentes, y esa sensación de no estar solo era cada vez más agradable. Y, a pesar de las nubes, todavía podía ver las estrellas alrededor de la Luna.

Pasos silenciosos en una tarde de primavera. La luz se filtra entre las cortinas y dibuja figuras en el piso. Una camisa demasiado grande y demasiado seria. Risas. Recuerdos que llegan sin previo aviso en medio de una conversación que sólo se relaciona a ellos de manera tangencial y haciendo un gran esfuerzo. Recuerdos que antes fueron fantasmas incómodos y que ahora sólo son parte del equipaje. Palabras que se pierden entre el eco de mis botas mientras camino por calles desconocidas en una noche de invierno hace ya un par de años. El tiempo se vuelve algo curioso cuando empiezo a navegar entre mis propios recuerdos. Saltos en el tiempo que solían aterrarme. Divagaciones. Hechizos lanzados entre el humo de un cigarrillo que llegó en el momento preciso.

Conversaciones que empezaron en algún momento y que, salvo por algunas breves interrupciones y momentos de silencio, no tienen cuándo terminar. Conversaciones que cambian de medio y de lugar, pero siguen siendo las mismas.

miércoles, 12 de octubre de 2011

2011-026

Algunas veces el pasado regresa de pronto para complicarnos la existencia. Otras veces, aparece para ayudarnos cuando menos lo esperamos. Otras veces, incluso, viene simplemente porque quiere venir y pasar un tiempo con nosotros. Me pregunto cuál será, querido fragmento del pasado, la intención con la que has decidido aparecer entre las telarañas de un sueño a medias grato.

Recuerdo claramente la última vez que un fragmento del pasado llegó con la única intención de complicar todo, arruinar lo que podía haber sido una temporada tranquila, y terminó por arrastrarme a varias noches de insomnio. En lo personal no creo en dejar atrás el pasado, al menos no en el sentido de olvidarlo y seguir con nuestras vidas, pues considero que el pasado es una parte importante de nuestra naturaleza y ayuda a darle forma a nuestro futuro. Creo, por lo tanto, que nuestro pasado debe acompañarnos siempre, pero no como un lastre, sino como material de referencia que podemos consultar para aprender de nosotros mismos. Acepto pues, como algo necesario, los flashbacks y también los fragmentos físicos del pasado que eventualmente llegan a mi vida de una forma u otra. A pesar de todo, muchas veces estos recuerdos se han convertido en empujones en la dirección correcta (o al menos en la dirección menos incorrecta, dependiendo de las circunstancias).

Así pues, querido fragmento del pasado, toma asiento junto a mí y acompáñame a observar los débiles rayos de sol que se cuelan entre las nubes que nos dan la bienvenida esta mañana.

martes, 11 de octubre de 2011

2011-025

Amaneció hace un par de horas, aunque las nubes y la garúa crean la sensación de estar atrapado justo minutos antes del amanecer. Se siente bien. Un espacio imposible fuera del tiempo.

No es que no me guste dormir, aunque algunas veces creo que podría estar haciendo otras cosas durante esas seis a ocho horas, como leer o ver por enésima vez todo Battlestar Galactica, o tratar de hacer algo por enderezar mi columna de una buena vez, o alguna otra cosa. Me gusta dormir, como a todos. Lo que no me gusta es el momento antes de dormir, cuando empiezan a reaparecer momentos de las horas previas. Algunas veces es algo que sólo dura un par de minutos y luego se transforma en parte de un sueño. Otras veces es interminable. Revivir las escenas del día, con ganas de pedir una oportunidad de cambiar ciertos detalles y rehacer por completo algunas cosas. Las cosas que se quedaron en el aire. Las cosas que nunca pasaron. Las que debieron pasar. La claridad que, después de mucho, ilumina de pronto el camino a una decisión. La resaca del día.

Recostado en el sofá de la sala, observo la garúa al otro lado de la ventana. Hay algo en el aire, además del aleteo de las palomas, el frío de la mañana y el olor de la tierra húmeda. La certeza de que algo está roto. Tal vez sea que se ha roto recientemente, o quizá siempre estuvo roto y nadie quiso darse cuenta. Ya no importa.

lunes, 10 de octubre de 2011

2011-024

Me sirvo una taza de té mientras descanso después de unos días bastante agitados, y me preparo para revisar la traducción de una colega que a la vez es mi mejor amiga. De pronto caigo en cuenta de que apenas la he visto una vez en las últimas cuatro semanas, y en ese mismo tiempo apenas hemos cruzado palabra en el teléfono o por medio de una pantalla. Me pongo a pensar en otros amigos y noto un patrón similar: los momentos libres ya casi no coinciden.

Me recuesto en la silla y cierro los ojos por un momento. Me invade una sensación extraña, mezcla de felicidad al saber que a mis amigos les está yendo muy bien en sus trabajos, y pena porque ya casi no los puedo ver justamente por esos trabajos. Es, a pesar de todo, una sensación bastante reconfortante. Por supuesto que se extraña la presencia, aunque sea algo lejana, pero se siente bien saber que están bien. Tal vez más adelante, cuando la situación sea propicia, podamos volver a vernos aunque sea por unas horas.

Cuando me llevo la taza a los labios el té ya está casi frío. Apresuro un par de sorbos largos para terminarlo antes de que se enfríe por completo. Sonrío al pensar que en algún otro lugar uno de los amigos a los que ya casi no veo posiblemente esté haciendo algo parecido, quizás con una taza de café. Hora de anotar todo esto para después, ponerme los audífonos, subir el volumen y seguir trabajando.