Ayer por la tarde fue el bautizo del hijo de uno de mis mejores amigos, razón por la cual ahora tengo un ahijado. Entonces me di cuenta de que lo conozco desde hace veinticinco años y fuimos amigos desde el primer día. Mientras regresaba a casa en la noche, después de acompañar a la suya a una amiga, a la que también conozco desde que teníamos cinco años, aunque sólo nos hemos vuelto realmente cercanos desde hace unos tres años, me puse a pensar en la forma en la vida se encarga de poner en tu camino a personas que realmente necesitas. También es curiosa la forma en que muchas veces pasamos sin darnos cuenta y dejamos de lado a personas importantes.
Tardes de luz anaranjada corriendo detrás de las gallinas o los patos, el eco de las risas en la sala. Largas mañanas frente al televisor viendo películas y comiendo galletas. Interminables sesiones de juegos de vídeo donde las revanchas venían una tras otra.
Larguísimas conversaciones en la puerta de la casa viendo las nubes y los niños en la calle. Las tardes caminando antes de ir a ver una película. Los años que perdimos y que pudieron cambiar tantas cosas. El tiempo que recuperamos como pudimos. Los momentos que vendrán.
Subo la escalera pensando aún en la forma en que los conocí hace veinticinco años, y la verdad es que no puedo recordar exactamente cómo sucedió. Me pregunto si todavía tendré por ahí las fotos de esa época.
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