sábado, 23 de junio de 2012

2012-009

Recostarme en un sofá o sillón cómodo (o en mi cama) para leer, aunque sea por media hora, es una de las mejores formas de relajarme que he encontrado hasta ahora. Mejor aún si puedo ponerme los audífonos y escuchar algo que me ayude a aislarme del mundo. Olvidar las cosas a mi alrededor, los asuntos del trabajo, el estrés del día, encerrarme en una burbuja por unos minutos. Un vaso de limonada en medio del calor infernal del verano, o una taza de café para entibiar la tarde de invierno.

Recuerdos de un pueblo cubierto de nieve y una librería de viejo que me quedaba a mitad de camino al trabajo, cerca a la juguetería y al lado de otra librería mas convencional. Un delicioso olor mezcla de café, madera, tabaco y libros viejos. Una ventana enorme, mesas, sillas, un par de mecedoras y una lámpara enorme colgada de una viga. El viento helado en mi cuello. Las ganas de no llegar al trabajo ese día, comprar un libro cualquiera y pasar el día entero allí, envuelto en esa sensación intemporal en un pequeño pueblo perdido en las montañas. Algún día, en el futuro no tan cercano, podré cruzar medio mundo para volver a caminar por esa calle y ver si todavía sigue ahí con su piso de madera y el techo a dos aguas.

Dejo el libro en el velador para terminar de leerlo mañana y luego empezar con el siguiente libro en la pila que parece crecer espontáneamente de tiempo en tiempo.

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