Y entonces, sin avisar, el trabajo decide interrumpir los planes que habías hecho, y no te queda más que aceptar la interrupción, abrazarla y acomodarte para poder seguir adelante. Chamba es chamba. Después de todo, de algún lado tiene que salir el dinero necesario para poder seguir viviendo, y mejor que sea dinero legal para evitar complicaciones en el futuro. Y algunas veces, sin embargo, es la vida la que interrumpe tus planes de trabajo, sin avisar pero con buena intención.
¿De qué escribes? La pregunta sale de pronto, impulsada por la curiosidad de saber qué es lo que hago aquí golpeteando las teclas y construyendo una frase tras otra. Escribo de lo que sea, amiga mía. Es terapia. Catarsis. No sé realmente. Escribo porque me gusta, aunque esa no es la respuesta a tu pregunta, y no siempre escribo de las cosas que me gustan. Ideas sueltas, cosas de todos los días, cosas que pasan una vez a las quinientas, cosas que no pasan nunca, todas son buenas razones para poner una palabra al lado de otra. Dar las gracias por algo. Exorcizar algunos demonios. Conversar con mis fantasmas. El placer de crear.
La taza en el escritorio llena el estudio con una mezcla de manzanilla, anís y valeriana (o al menos creo que es valeriana, nunca supe realmente qué cosa venía en esa infusión). Me hablas de tus cosas con una serenidad que no habías tenido antes, y siento que has crecido. Y me siento orgulloso de ti.
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