Siento el timbre del celular y veo en la pantalla una razón para sonreír. Para ser sinceros, muchas veces me has dado razones para lanzar el teléfono por la ventana o patear la silla, pero al final las cosas terminan bien. Sobre todo en los últimos meses. Temas conocidos y temas nuevos. Situaciones distintas pero con muchas coincidencias. La conversación eterna, reinventada y recibida como nueva porque realmente lo es aunque no lo parezca.
Mientras conversamos me tumbo en la cama y mi mente vuela sobre fragmentos de conversaciones incompletas que se fueron quedando atrás por esto o aquello (o eso y lo otro también) y ahora permanecen en el limbo de las cosas que se quedaron sin decir. Tal vez no haga falta decirlas ya. O tal vez se digan más adelante. O quizás ya se hayan dicho, aunque de otra forma y sin darnos cuenta. Sonidos y lugares vienen en una espiral hipnótica. Mesas en varios cafés. Una sala. Un parque. Risas. Pasillos. Centros comerciales. Música. Un par de restaurantes. Nuestra conversación continua en paralelo, pausada y serena, aunque pasamos de un tema a otro con facilidad, como siempre.
Cuelgo el teléfono después de una hora y diez minutos. Una vez más el tiempo ha vuelto a sorprendernos. Debería estar durmiendo ya, pero no importa porque valió la pena. Dejo mis lentes y el celular en el velador, sobre un libro que siempre olvido devolver a su lugar. Cierro los ojos y me dejo llevar por la corriente.
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