Apagué todo en un instante, llené las cosas en la mochila mientras terminaba de ponerme la sudadera y asegurarme de no olvidar nada en el escritorio. La sensación de que este viaje podría haber esperado hasta la próxima semana o al menos hasta el sábado. Pero algo se podía hacer para que el viaje valiera la pena. Además, claro, de comprar un nuevo monitor. Envié algunos mensajes antes de salir.
Después de seis años de servicio y de haber recibido probablemente más uso diario del que había sido calculado por el fabricante, mi fiel monitor ViewSonic VA703b decidió que la tarde de un jueves, faltando dos horas para terminar mi turno y con mucho trabajo freelance aún por hacer (y sin mucho tiempo para perder), era el mejor momento para dejar de funcionar. Al menos no fue a media noche del día antes de entregar el trabajo. Al menos sucedió cuando tengo los medios para comprar un reemplazo sin perder mucho tiempo, aunque tenga que pagarlo en cómodas cuotas hasta quién sabe cuándo. Y al menos pude ver a algunos amigos.
Regresé a casa agotado, pero con la sensación de que a pesar de todo, la tarde había valido la pena. Gracias por haber estado ahí, aunque fuese sólo un momento y los planes hechos a último minuto no salieran como hubiésemos querido. El nuevo monitor sonríe desde el escritorio. El monitor antiguo descansa ahora en el aparador, a la espera de una oportunidad para regresar al escritorio, tal vez como secundario.
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