martes, 12 de febrero de 2013

2013-002

Un par de ojos amarillos me observan en silencio desde un techo al otro lado de la calle. Mueves una oreja triangular. Ayer no estabas ahí, ¿de dónde has venido? ¿Eres de algún vecino? ¿Estás de paso? Los gatos siempre serán algo fascinante para mí. Hubo una época, en casa de mi abuela cuando las cosas eran más simples, en que una pequeña tribu de gatos solía acompañarnos casi todo el tiempo. Tenían un pequeño matriarcado en el jardín, con una matrona amable que gustaba de acompañar a mi madre frente al televisor, dormía al lado de la cama de mi abuela y me buscaba para jugar un poco antes de la cena.

Parpadeo por un instante y ya no está.s En tu lugar queda sólo un espacio con tu forma, como en esa historia de Neil Gaiman sobre el hombre que olvidó a Ray Bradbury. Un pequeño espacio en forma de un rollizo gato gris con ojos amarillos. Pero no puedo conjurarte recitando el alfabeto. Algún día, supongo, un gato volverá a aceptarme como compañero para jugar o leer, o simplemente para que le rinda tributo todos los días con un plato de comida.

Es curiosa la forma en que algunos recuerdos permanecen siempre al alcance de la mano, mientras otros apenas regresan muy de vez en cuando y otros se pierden en los confines de la memoria. La tribu de gatos en el jardín de mi abuela es uno de esos recuerdos que están siempre a la mano.

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