lunes, 10 de octubre de 2011

2011-024

Me sirvo una taza de té mientras descanso después de unos días bastante agitados, y me preparo para revisar la traducción de una colega que a la vez es mi mejor amiga. De pronto caigo en cuenta de que apenas la he visto una vez en las últimas cuatro semanas, y en ese mismo tiempo apenas hemos cruzado palabra en el teléfono o por medio de una pantalla. Me pongo a pensar en otros amigos y noto un patrón similar: los momentos libres ya casi no coinciden.

Me recuesto en la silla y cierro los ojos por un momento. Me invade una sensación extraña, mezcla de felicidad al saber que a mis amigos les está yendo muy bien en sus trabajos, y pena porque ya casi no los puedo ver justamente por esos trabajos. Es, a pesar de todo, una sensación bastante reconfortante. Por supuesto que se extraña la presencia, aunque sea algo lejana, pero se siente bien saber que están bien. Tal vez más adelante, cuando la situación sea propicia, podamos volver a vernos aunque sea por unas horas.

Cuando me llevo la taza a los labios el té ya está casi frío. Apresuro un par de sorbos largos para terminarlo antes de que se enfríe por completo. Sonrío al pensar que en algún otro lugar uno de los amigos a los que ya casi no veo posiblemente esté haciendo algo parecido, quizás con una taza de café. Hora de anotar todo esto para después, ponerme los audífonos, subir el volumen y seguir trabajando.

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