Como todos, creo que hay días buenos y malos. Del mismo modo, hay semanas enteras que pueden ser mejores o peores que otras. Algunos días, como los últimos dos, sólo se puede clasificar como extraños.
Ayer por la tarde me crucé de forma casual con un curioso personaje que muy posiblemente haya caído de las páginas de alguna novela de capa y espada de hace un siglo o dos. O quizás en una vida anterior recorrió las callejuelas empedradas de París o Madrid, estoque en mano y la capa al viento, desfaciendo entuertos en las noches de luna bajo el cielo tachonado de estrellas. O algo por el estilo. De pronto llegó la sensación de que el mundo se había vuelto un lugar mas bien surrealista, con figuras extrañas navegando en un mar de palabras y oraciones interminables. Pronto, sin embargo, la oleada verbal se volvió algo monocorde y, en silencio, empecé a tratar de entender por qué alguien elegiría hablar de esa forma en su vida diaria. La única conclusión a la que pude llegar fue: porque le gusta pues. Con una sonrisa me despedí del curioso personaje para continuar mi camino habitual hacia el atardecer. Quizás en algún momento me vuelva a cruzar con él, aunque realmente no lo creo.
Pero ya fue suficiente de personajes que decidieron salir de páginas perdidas. Hora de volver a la realidad y a la taza de café caliente que me observa frente al monitor. Odio cuando las cosas se vuelven surrealistas.
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