El cielo se abre oscuro y nublado, una noche sin viento ni estrellas, como si fuese la amenaza constante de una lluvia que nunca llega a desatarse. A mi alrededor la gente no parece notarlo. Quizás sea algo que sólo me afecta a mi, quizás algún evento reciente está produciendo este efecto sobre mi. Quizás sea sólo mi imaginación.
Sea como sea, no se ve una sola estrella en el cielo, pero la luna se deja ver entre las nubes, como si fuera un sonrisa en medio de la noche, con un leve halo alrededor que le da una cierta belleza espectral. La voz en el teléfono es dulce y trae calma y una siempre apreciada sensación de bienestar, pero desaparece muy pronto. Camino por las calles de una ciudad que aparece nueva ante mis ojos esta noche. Escucho las voces de dos nuevos amigos, y una parte de mi responde de forma casi involuntaria, mientras el resto de mi sigue recorriendo paso a paso cada uno de los diversos caminos a casa que he descubierto con el tiempo. En mi mente aparecen cada una de las hojas de cada árbol, las rajaduras de la vereda, los ladrillos de las paredes, las tejas de los techos, las líneas en el asfalto, las señales de tránsito, los postes de luz, la posición de la luna en cada una de esas noches. Me embarga de pronto una sensación de vacío y me doy cuenta de que debo haberme despedido de mis amigos hace varios minutos y que ahora estoy solo, de pie frente a un parque, esperando el bus. Esta será una noche extraña.
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