Diez millones uno, ciento noventa y dos, uno a dieciséis, los números vienen uno tras otro en medio de las brumas cósmicas, breves sombras interactuando entre ellas, apareciendo y despareciendo caprichosamente bajo un sol que brilla gris en un cielo púrpura. Una voz llama a la distancia en un idioma que no alcanzo a entender, las palabras recorriendo el viento convertidas ahora en un susurro de fractales formando hipocampos infinitos enclaustrados en espirales conexas. Una delgada línea violácea murmura un sendero de gravilla oculto en un bosque de árboles cuyas copas se pierden entre las nubes cuánticas que se forman y luego se desvanecen en el cielo púrpura. Partículas subatómicas viajan por el sendero de gravilla violácea, formando una alegre comparsa silenciosa que deja rastros celestes en el aire. Un aro de humo brota de un cigarrillo recién encendido en el horizonte, y se alza hacia el cielo para convierte en una nube cuántica que ahora envuelve el susurro fractal de aquella frase pronunciada en un idioma que no es de esta realidad irreal y psicodélica. Una fila de números primos se filtra en mi nariz, lenta y ordenada como una columna de hormigas que avanza por el asfalto en busca de un caramelo olvidado. La familiaridad de la sensación trae algo más a la mente, algo que empieza a cubrir el cielo y a devorar las nubes cuánticas y los hipocampos fractales. Las partículas subatómicas detienen su marcha y dejan salir un suspiro, volviéndose uno con el resto del universo que se desvaneces lentamente. El olor del café llena mis fosas nasales. Despierto.
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