El cine siempre ha sido una experiencia bastante particular para mí, pues nunca se trata sólo de ver una película, sino que implica toda una serie de cosas antes, durante y después. Para ir al cine en primer lugar hay que coordinar la salida, ya sea con un familiar o un amigo, aunque sea a última hora, siempre hay una cierta cantidad de planeamiento involucrado: decidir la película y el cine, calcular cuánto va a durar y buscar un horario adecuado. Después está el camino al cine, con las expectativas y algo de planeamiento adicional. Luego hay que comprar la entrada (posiblemente hacer una breve cola), comprar algo de comer o de tomar, canchita y gaseosa de preferencia pero pueden ser también chocolates, helados o incluso pizza. Después hay que buscar un buen lugar en la sala, no muy adelante porque es incómodo tener que estar moviendo la cabeza de un lado a otro para seguir la acción, y si es muy atrás te arriesgas a perder algunos detalles, así que es mejor estar en el centro, de preferencia cerca al centro geométrico de la sala, aunque muchas veces esos lugares estratégicos ya han sido tomados por quienes llegaron más temprano. Luego vienen los trailers, momento propicio para ir coordinando la salida para la siguiente película. Las luces se apagan y la función empieza. En ese momento las cosas son distintas para cada uno. Algunos prefieren ver la película en completo silencio, otros repiten los diálogos en voz baja, algunos comentan a voz en cuello, otros incluso toman notas. En lo personal, yo prefiero ver las pelis en silencio, comentando algunas escenas con quien haya ido conmigo. Después de la función viene el comentario, recordar escenas, pensar qué podría haber estado mejor o peor, todo alrededor de unas tazas de café o algo de comer, mientras vemos pasar a la gente que va a la siguiente función.
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