Alice se quitó el pequeño delantal amarillo y lo dejó en la canastilla junto con la blusa y minifalda azul marino de su uniforme. Más tarde, cuando la canastilla estuviera llena de uniformes y delantales sucios, la ginoide de limpieza se encargaría de llevarla a la lavandería, donde una enorme lavadora industrial se encargaría de clasificarla, lavarla, secarla, plancharla y devolverla en la misma canastilla, ahora ya desinfectada. Cada uniforme regresaba junto con el delantal en una bolsa sellada que luego era colocada sobre el casillero de cada una de las meseras, de modo que tuvieran un uniforme limpio al iniciar su turno. Era algo tan rutinario que ninguna de ellas le prestaba la menor atención. Alice se puso una camiseta naranja y se miró al espejo. Se había soltado el cabello, y sus rizos se balancearon alegremente alrededor de su rostro mientras ella se terminaba de acomodar el pantalón. Era la misma camiseta que había tenido puesta el día que llegó a Marte hacía ya tres años. Había entrado a la escuela de arte en Io poco después de terminar la secundaria, y las clases de historia habían despertado su curiosidad por la Tierra. Sus ahorros, sin embargo, no habían sido suficientes para conseguir pasaje hasta el lejano planeta capital, así que decidió establecerse en Marte para poder juntar algo de dinero y poder visitar la Tierra. Pero algo en la vida marciana había logrado anclarla al planeta rojo. Tenía la sensación de que debía quedarse en Marte a la espera de algo, aunque no estaba segura qué.
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