Camino bajo la oscura sombra de los árboles en una noche de invierno con una ligera llovizna. Me gusta el silencio de esta calle. Me ayuda a despejarme antes de emprender el viaje de regreso a casa. Llego a la avenida, y es como volver de pronto a la realidad. El ruido. Las luces. La gente. Una silueta en la distancia. Una sombra que resulta familiar, aunque ha estado lejos de mi mundo por un buen tiempo. Aún no me ha visto. Podría cruzar la avenida, pero eso atraería su atención. Podría pasar de largo, fingir que no he notado su presencia. Ya es muy tarde. Sabe que estoy ahí, y sabe que la he visto. Me saluda mientras pasa a mi lado, y eso de alguna forma resulta reconfortante por un momento. Sigue su camino y yo sigo el mío. No puedo evitar la sensación de que esta sombra anuncia la presencia de un fantasma del que creí haberme deshecho hace un par de años. Al parecer algunos fantasmas simplemente se resisten a desaparecer. O será quizás que mis fantasmas nunca desaparecen del todo sino que pasan a un segundo plano mientras esperan una oportunidad para volver a aparecer. Después de todo, parte de su esencia está ligada a algunos de esos buenos momentos. Siento la llovizna en mi rostro. Observo a mi alrededor y enciendo un cigarrillo. El humo llena mis pulmones, se arremolina a mi alrededor y luego se desvanece agitado por una fría ráfaga de viento que me resulta reconfortante. Un pequeño hechizo para seguir cuerdo.
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