El tiempo pasa sin que haya forma de evitarlo. Algunas veces, sin embargo, el tiempo se detiene por un instante y lo vuelve eterno. Otras veces, recuerdos de diversos momentos se mezclan en una nebulosa en la que el pasado y el presente se vuelven uno, una espiral que me atrapa sin que pueda hacer nada.
La llovizna de una noche de invierno es de pronto un mediodía viendo el cielo azul bajo la sombra de un cerezo, me parece que era otoño entonces. El olor del pan recién salido del horno, las luces de los autos, una discusión a medias en una esquina. Fantasmas que empiezan a agitarse atraídos por la distorsión del tiempo en una noche de invierno que de pronto se convierte en aquel momento que debería ser lejano pero no lo es. Me detengo y aprieto las manos en los bolsillos, tratando de salir de este caos y volver a la relativa normalidad del presente. La calle es ahora cuatro años más joven y la observo desde la ventanilla de un bus, el sabor de un cigarrillo en mis labios después de una tarde en el cine viendo una película que no puedo recordar. Doy un paso y todo se desvanece. Al viento trae frías gotas de lluvia que me ayudan a volver. El aire huele a pan recién salido del horno. Las luces de los autos en la avenida tratan de alejar las sombras de una noche de invierno en Lima. Algunas veces el tiempo es sólo en una gran tontería.
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