martes, 20 de enero de 2015

2015.001

Traducir a la velocidad del rayo sin dejar de prestar atención a lo que se está traduciendo. Terminar el encargo con tiempo suficiente para revisar un par de veces, descansar y revisar una vez más para estar seguro de no haber cambiado accidentalmente el tiempo de los verbos. Respirar. Enviar el encargo terminado. Encender velas a todos los santos conocidos y rezar en todos los idiomas posibles para que el cliente pague a tiempo y no se pase una eternidad inventando mil excusas. Conversar con otros freelancers en situaciones parecidas. Esperar.

A pesar de todo, me encanta lo que hago y sólo lo cambiaría por unas vacaciones breves de vez en cuando. Pero vacaciones de verdad: lejos del teléfono y toda forma de mensajería más o menos instantánea, durmiendo hasta que la cabeza se siente pesada de tanto dormir, levantándome sólo para darme un baño, comer, leer, quizás ver una película, y luego dormir un poco más. Y después de unos días volver al ritual con los clientes y los encargos de última hora.

Un hechizo surte efecto mucho después de lo esperado, cuando ya casi lo había olvidado. Buen motivo para encender un cigarrillo (aunque el clima se presta para una cerveza, pero todavía es temprano y queda trabajo por hacer) y sentarse en el techo un rato a ver las nubes pasar. No del todo desconectado, pero dejando que el mundo fluya alrededor a su propio ritmo, caótico como pueda ser. Ver las líneas de humo llevadas por el viento. Y sonreír.

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