martes, 27 de enero de 2015

2015.005

El bus está saliendo de la curva más grande del Serpentín de Pasamayo cuando abro los ojos. Sé que cada una de las curvas tiene un nombre y que los "ancianos de la tribu" los han mencionado varias veces, pero no puedo recordarlos. Tendré que preguntarle a mis viejos y tomar notas esta vez. Las luces de la entrada a Chacra y Mar están cada vez más cerca. Enciendo mi celular para ver si hay alguna llamada perdida o algún mensaje de texto o correo urgente, pero también para sentir que recupero contacto con la civilización.
En un momento de silencio entre canciones escucho los sonidos del bus. El temblor del motor y el viento que se filtra por alguna rendija. Los diálogos de una película que además de ser malísima tiene un pésimo doblaje, pero al chofer y al cobrador les encanta así que la ponen todo el tiempo. Alguien habla en voz baja. Algunos asientos detrás de mí alguien juega en un celular con el volumen alto. Al menos esta vez no hay bebés llorando. Me alegro de tener puestos los audífonos y que la música no tarde más que unos segundos en volver.
El cielo aquí está un poco más nublado que en Lima, y tengo la sensación de que va a llover dentro de un rato. Estiro los dedos para sacar un caramelo perdido en el fondo de mi morral, debajo de un libro. Limón o naranja, no importa realmente. Cierro los ojos cuando nos acercamos al cruce de Chancay.

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