viernes, 30 de enero de 2015
2015.007
Me resulta bastante parecida a la forma en que uno, de pronto, se da cuenta de que se ha convertido en adulto, sin querer. Un buen día resulta que ya tienes la edad requerida para obtener el documento que te identifica ante la sociedad como adulto potencialmente responsable, pero todo lo demás sigue exactamente igual. Y entonces, algunos meses, años o décadas después, te das cuenta de que en algún momento entre recibir tu credencial de adulto y tratar de no morir en el trabajo ni en el camino de regreso a casa, no sólo adquiriste las responsabilidades que antes tenían tus viejos, sino que realmente las asumiste como tales. Y así llega la otra adultez, para la que no hay credencial ni edad mínima o máxima. Carajo.
Incómoda la hora en que las neuronas deciden hacer un moshpit alrededor de estas cosas. Aunque prefiero que sea ahora y no en medio de un día pesado en el trabajo.
miércoles, 28 de enero de 2015
2015.006
Salir del bus suele ser una experiencia algo incómoda en otoño e invierno cuando el bus es casi un horno, el aire afuera está mucho más frío y las ráfagas de viento se cuelan por el cuello de la camiseta y los puños de la polera buscando la piel para llevarse el calor. Y, sin embargo, prefiero esa sensación en vez del aire hirviente del verano que ahora parece cocinarme como si al bajar del bus entrase en un horno más grande.
Definitivamente va a llover esta noche. Será motivo para tomar un poco de ramen y ver televisión por un rato. Tal vez también un vaso de té helado y ese trozo de pie de manzana que tengo en el refrigerador, y después un par de páginas (o decenas de páginas) antes de dormir. Por mientras meteré las manos en los bolsillos. Siouxsie susurra en mis audífonos mientras camino de regreso a casa en medio de una ligera neblina. Lala lala lalala.
martes, 27 de enero de 2015
2015.005
En un momento de silencio entre canciones escucho los sonidos del bus. El temblor del motor y el viento que se filtra por alguna rendija. Los diálogos de una película que además de ser malísima tiene un pésimo doblaje, pero al chofer y al cobrador les encanta así que la ponen todo el tiempo. Alguien habla en voz baja. Algunos asientos detrás de mí alguien juega en un celular con el volumen alto. Al menos esta vez no hay bebés llorando. Me alegro de tener puestos los audífonos y que la música no tarde más que unos segundos en volver.
El cielo aquí está un poco más nublado que en Lima, y tengo la sensación de que va a llover dentro de un rato. Estiro los dedos para sacar un caramelo perdido en el fondo de mi morral, debajo de un libro. Limón o naranja, no importa realmente. Cierro los ojos cuando nos acercamos al cruce de Chancay.
lunes, 26 de enero de 2015
2015.004
Subo el volumen de mis audífonos para no escuchar la película que están poniendo en el bus. Apago mi celular para ahorrar los pocos minutos de batería que me quedan. En cuanto se apaga la pantalla me siento desconectado del mundo. Miro por la ventana y veo al menos un centenar de autos a mi alrededor, todos tratando de avanzar siquiera un par de metros más que los otros. A veces hago algo que mi viejo suele hacer cuando viajamos: recordar qué había hace unos años en el lugar donde ahora hay un nuevo hotel o edificio de oficinas. A veces me siento viejo. Otras, sólo me sorprende la forma en que la ciudad cambia en poco tiempo sin que nos demos cuenta hasta darnos de cara con el cambio. El tráfico recupera fluidez y regreso a observar el camino.
Las luces de los autos se reflejan en las cintas de seguridad de los obreros que taladran la berma central, y me parece que hay algo cyberpunk en un grupo de seis sujetos con maquinaria ligera y vestimenta de alta visibilidad trabajando en medio del tráfico de Lima casi a la medianoche de un día cualquiera. Casi como el escenario en una novela de William Gibson.
Cierro los ojos cuando el bus finalmente se interna en la oscuridad de la carretera. Al fondo, sobre el mar, las luces de un avión se pierden entre las nubes. Y yo me pierdo en un breve sueño de samurais urbanos con músculos artificiales e implantes de comunicación satelital.
viernes, 23 de enero de 2015
2015.003
"Viajar en el tiempo siempre ha sido posible en sueños" dice Madame Vastra en el final de la séptima temporada de Doctor Who. Me gusta esa frase porque, incluso tratándose de un episodio de una serie de ciencia ficción que lleva más de cincuenta años en el aire y que reinventa sus propias reglas cada vez que lo necesita, no deja de resultar interesante.
Hace un par de noches tuve un sueño bastante peculiar en el que observaba desde fuera el encuentro entre dos versiones de mí mismo: uno en busca de respuestas justo después de una crisis personal, y el otro de hace apenas un par de años, cuando esa crisis ya estaba bastante lejos. El timbre me despertó antes de poder escuchar lo que estaban diciendo, y realmente me hubiese gustado escucharlo porque no tengo la menor de cómo salí de esa crisis. ¿Estaré viviendo en la estela de una paradoja producida por un viaje en el tiempo dentro de un sueño? ¿No debería haber colapsado todo al producirse la paradoja? ¿Acaso colapsó y se reconstruyó sin que nadie se diera cuenta? O tal vez el sueño fue solo la proyección de que algunas veces me gustaría poder regresar a ciertos puntos de mi vida sabiendo qué hacer o qué decir o hacia dónde ir.
Un antojo bastante intenso de brioche con queso paria y orégano me distrae. Será motivo para dar una caminata larga en busca de pan y queso, y respirar un poco de aire húmedo por la neblina.
miércoles, 21 de enero de 2015
2015.002
Me cruzo accidentalmente con alguien a quien no veía desde hace casi quince años, y lo primero que noto es que su mirada ha cambiado tanto que si no me hubiese reconocida ella, jamás la habría reconocido yo. Ya no es más la mirada curiosa que me acompañaba a buscar lugares de los que sólo teníamos referencias (y en busca de los cuales casi siempre nos perdíamos). Hay todavía un diminuto resplandor ahí, sin embargo, que apareció cuando empezamos a recordar esas lejanas caminatas y la sensación de no saber nada de nada. Pero hay algo más. Una cierta satisfacción en su mirada, alrededor de ese diminuto resplandor de curiosidad. Le pregunto por sus amigas y su carrera. Y entonces.
Tantas personas. Tantos mundos. Patrones en el caos. Tantas vidas. Tanto tiempo y tan poco a la vez. Escenas repetidas. La estática en la línea y el eco al final de la conversación. Variantes con demasiadas similitudes. Nubes que se transforman mientras cruzan el atardecer.
Dejó su carrera aproximadamente en la época en que yo tenía dudas sobre la mía, y realmente no puedo recordar bien qué estaba estudiando ella porque en ese entonces ya no teníamos contacto. Me presenta a su esposo (o más bien se presenta él mismo) y a sus tres hijos, y eso me dice lo que pasó con todo lo demás. Sonrío. Nos despedimos, y mientras me alejo en busca de algo de comer no puedo dejar de pensar en que, a pesar de todo, le fue bien.
martes, 20 de enero de 2015
2015.001
Traducir a la velocidad del rayo sin dejar de prestar atención a lo que se está traduciendo. Terminar el encargo con tiempo suficiente para revisar un par de veces, descansar y revisar una vez más para estar seguro de no haber cambiado accidentalmente el tiempo de los verbos. Respirar. Enviar el encargo terminado. Encender velas a todos los santos conocidos y rezar en todos los idiomas posibles para que el cliente pague a tiempo y no se pase una eternidad inventando mil excusas. Conversar con otros freelancers en situaciones parecidas. Esperar.
A pesar de todo, me encanta lo que hago y sólo lo cambiaría por unas vacaciones breves de vez en cuando. Pero vacaciones de verdad: lejos del teléfono y toda forma de mensajería más o menos instantánea, durmiendo hasta que la cabeza se siente pesada de tanto dormir, levantándome sólo para darme un baño, comer, leer, quizás ver una película, y luego dormir un poco más. Y después de unos días volver al ritual con los clientes y los encargos de última hora.
Un hechizo surte efecto mucho después de lo esperado, cuando ya casi lo había olvidado. Buen motivo para encender un cigarrillo (aunque el clima se presta para una cerveza, pero todavía es temprano y queda trabajo por hacer) y sentarse en el techo un rato a ver las nubes pasar. No del todo desconectado, pero dejando que el mundo fluya alrededor a su propio ritmo, caótico como pueda ser. Ver las líneas de humo llevadas por el viento. Y sonreír.