Una discusión corta que empieza con una disculpa. Luego el silencio incómodo. Consejos. Risas. Decisiones que tal vez no habría tomado en otro momento. Una solución improvisada que se convierte en una larga conversación en un agradable bar casi vacío. Vasos que se extienden hacia el infinito. Caminos que se abren sin que uno se de cuenta. Barreras que caen. Complicidad. Planes sin rasgo de malicia. Abrazos sinceros y una despedida larga.
Hace frío cuando bajo del bus. Camino con la capucha sobre la cabeza y un cigarrillo en los labios, disfrutando en el rostro cada una de las corrientes de aire helado que recorren las calles casi desiertas. En el cielo, la luna que empieza a menguar se oculta apenas tras un velo de nubes. Me detengo en la esquina para apagar la colilla. Una última pitada larga, para cobrar los impuestos como solía decir un viejo amigo. Desde una esquina alguien menciona mi apellido y me saluda con la mano. Por un momento agradezco estar con zapatillas y no tener que escuchar el eco de mis viejas botas sobre los ladrillos del bulevar. No busco sigilo, sólo silencio. Los arbustos cerca a mi puerta huelen a tierra húmeda. Un par de puertas más allá, un gato me observa en silencio, ojos brillantes sobre el pelaje oscuro. Me invade el recuerdo fresco de una mirada y una sonrisa. Sonrío mientras cierro la puerta y subo la escalera hasta mi habitación.
Aún me siento incompleto, pero ya no me siento solo.