No tenía ganas de abrir los ojos. Sintió las motas de algodón en sus manos y se las llevó mecánicamente a la nariz sin prestar mayor atención a los pequeños robots que cambiaban el filtro de la ventilación igual que todos los meses. Abrió los ojos y vio su rostro reflejado en el enorme espejo sobre el lavabo. El baño era pequeño pero cómodo y tenía una cierta elegancia, igual que el resto del departamento y el resto de la ciudad en general. Esa era una de las razones por las que había decidido probar suerte lejos de la Tierra. Aquí su dinero valía más. El mismo trabajo, la misma paga, menor costo de vida. Pensó que su abuelo debió haber hecho esos mismos cálculos hacía más de doscientos años, cuando la humanidad apenas empezaba a establecer colonias permanentes en la Luna. Decidió que, siendo domingo, podía darse una larga ducha con agua caliente antes de salir a desayunar. Sintió de pronto el familiar y agradable aroma del café fresco que entraba por el filtro que los pequeños robots habían terminado de instalar. Lentamente salió del baño y se vistió mientras pensaba en la sonrisa de la linda muchacha de Júpiter (o al menos de alguna de las lunas de Júpiter) que atendía las mesas los domingos por la mañana y que parecía estarlo esperando cada vez que entraba al lugar en busca de un café y una tortilla de queso y hongos. Quizás está vez finalmente tendría el valor de invitarla a salir.
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