Tuvo la extraña sensación de que era lunes, aunque algo dentro de sí le dijo que en realidad era domingo y no había razón para salir de la cama tan temprano. Por séptimo día consecutivo despertó con el olor de su propia sangre llenando sus fosas nasales. Rodó hasta el borde de la cama y dejó caer sus piernas con desgano antes de siquiera abrir los ojos. Después de todo no sentía la necesidad de abrirlos. Todo iba a ser exactamente igual, todas las cosas en el mismo lugar. Las gotas de lluvia en la ventana, las nubes gris oscuro flotando a la distancia en el cielo marciano, el mismo escritorio de aluminio y madera sintética, el mismo piso frío bajo sus pies, las gotas de sangre cayendo por su nariz antes de que pudiera llegar al baño y el dispensador le diera las motas de algodón que necesitaba. El médico del edificio había dicho que su nariz sangrante se debía a la humedad del ambiente, pero él estaba seguro de que debía haber otra razón. Había pasado un par de años en una de las ciudades submarinas de la Tierra antes de venir a probar suerte en las arenas rojas de Marte, y, al menos para él, eso descartaba la posibilidad de que el húmedo clima artificial del invierno marciano le estuviese haciendo sangrar la nariz cada mañana. El viejo androide médico debía estar empezando a fallar. La blanca luz del baño se encendió automáticamente cuando el sensor del piso registró su presencia. Aún no abría los ojos.
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