No estoy seguro, realmente, de en qué momento empecé a escribir. Es decir, sé que empecé a escribir este post en particular hace alrededor de dos minutos, en una noche de verano en la que, a pesar de que últimamente la temperatura ha bajado por las noches, hace más calor del que debería. O tal vez sea sólo que en mi cuarto hace calor. En fin. El asunto al que iba es que no recuerdo bien en qué momento me entró el gusto por escribir. Recuerdo que cuando era pequeño jugaba en la vieja Remington Quiet-Riter de mamá, pero en ese momento era más que nada jugar a producir ruidos golpeando las teclas y ver cómo aparecían letras en las hojas de papel. Quisiera atribuirle el gusto por la escritura a ese recuerdo casi mágico de las palabras formadas por el golpeteo de las teclas, pero eso sería ignorar por completo todos los cuadernos en los que garrapateaba historias cortas y no tan cortas casi desde que empecé la secundaria. Tal vez fuese el aburrimiento que me empezó a embargar en el último año de primaria, cuando todo empezó a parecerme soso, redundante y sofocante. Quizás, como me dijo una amiga, sea sólo que soy piscis y me siento creativo, aunque yo preferiría no atribuirle esto a la posición de las estrellas.
Sea como fuere, cada vez me siento más fascinado con la forma en que las palabras fluyen en un monitor a través de un teclado o sobre una hoja de papel a través de un lapicero (o lápiz).
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