Los últimos días del verano, al menos los que en teoría eran los últimos, empezaron a llevarse algunas cosas, entre ellas el calor insoportable (aunque aún quedaron rezagos, pero al menos las tardes y las noches ya son más tolerables; de todas formas sigo extrañando el invierno). Otra cosa que empezó a irse fue este aislamiento parcial más o menos voluntario de los últimos tres meses. "Parcial" porque no estuve aislado del todo, sino que mantuve contacto con el mundo exterior por diversos medios y seguí saliendo de vez en cuando a ver a algunos amigos, o de compras, o a comer un helado para sobrevivir al calor infernal. "Más o menos voluntario" porque, si bien me lo impuse yo mismo, no todo fue por voluntad propia: los horarios de trabajo cortaron algunos lazos, aunque no del todo; eventos inesperados cancelaron algunas (muchas) salidas. El calor insoportable también me obligó a buscar refugio al lado del ventilador.
Retomar viejas costumbres. Abrir cajas amontonadas en una esquina del estudio. Encontrar el tiempo para cosas que habían ido quedando de lado por diversas razones. Recorrer calles que los pies recuerdan de memoria. Visitas cortas. Pasos. Voces. Sonrisas. Ecos. Silencios. Caminatas largas. Planes y más planes. Siempre es bueno verte, aunque sea de vez en cuando.
Camino de regreso bajo un cielo tachonado de estrellas. A lo lejos un par de nubes rollizas anuncian una corta lluvia dentro de algunas horas. El viento fresco arrastra a mi lado una pequeña flor. Enciendo un cigarrillo.
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