miércoles, 23 de noviembre de 2011
2011-036
Aprovecho estas horas cálidas para bajar a comprar un helado de chocolate mientras espero que se restablezca la conexión (otra avería masiva, al parecer). Nubes gordas y algo grises bloquean por momentos el sol. Recuerdos de hace diez años, cuando mis gatos se sentaban a mi alrededor en el jardín de mi abuela y yo compartía mi helado con ellos. Me embarga una sensación de tranquilidad que no había sentido en varios días. El mundo sigue girando.
Doy la vuelta para regresar al estudio, preparar una taza de café y seguir esperando. Una gota cae sobre mi mano. Las hadas danzan entre las gotas de una breve lluvia de media tarde, figurillas indescifrables que se pierden en el rabillo del ojo.
lunes, 21 de noviembre de 2011
2011-035
Empiezo a escribir esto mientras regreso a casa en las últimas horas de una tarde bastante agradable. Tengo la costumbre de concentrarme en mis propios pensamientos cuando estoy en el bus y quiero aislarme. La música en los audífonos bloquea las voces de los pasajeros a mi alrededor y ahoga el sonido de una película malísima que, al parecer, ponen cada semana.
He notado que últimamente ha habido una cierta carga constante de nostalgia en las cosas que escribo, no sólo en este blog sino en un par de historias cortas que habían quedado olvidadas y estoy tratando de rehacer. Y de pronto me doy cuenta de que esa nostalgia ha estado presente, de forma más o menos visible, desde hace varios meses. Realmente no estoy seguro de cuál sea su origen, pero está allí, siempre a mi lado con la mirada en el horizonte. Algunas veces creo que es porque mi mente no se detiene nunca y siempre estoy pensando en algo y eventualmente termino visitando recuerdos lejanos. O tal vez sea que extraño momentos en los que me sentí más tranquilo. Momentos más felices y que ahora parecen remotos.
En el asiento al otro lado del pasillo, una chica golpetea ligeramente la pantalla de su celular y sonríe. Pasar un buen rato con los amigos, aunque sea a través de una pantalla. Afuera, el sol empieza a caer tras las nubes, sobre el horizonte. Una bandada de gaviotas realiza el que tal vez sea su último vuelo de la tarde.
viernes, 18 de noviembre de 2011
2011-034
Es curiosa la forma en que a veces el universo trae de regreso a nuestras vidas a personas con las que pasamos momentos buenos y malos y de las que luego nos alejamos sin querer. Algunas veces podemos saber desde el principio cómo van a terminar las cosas. Otras veces es mejor seguir la corriente y ver hacia dónde nos lleva.
Escribo en la pantalla táctil del teléfono, en medio de la oscuridad del bus, mientras duermes a mi lado, aislada del mundo con la ayuda de tus audífonos. A veces me pregunto cómo es que hemos llegado a este punto, si es que las cosas tal vez debieron ser así siempre. La verdad es que no lo sé, pero me agrada. Se siente natural. Por un momento me pregunto qué sonará en tus audífonos, aunque realmente no estoy seguro de querer saberlo. Mis bandas y tus bandas y nuestros escasos puntos intermedios. Siempre tuvimos gustos bastante distintos, pero de vez en cuando lográbamos encontrar las coincidencias suficientes como para armar una lista y pasar un buen rato. Ojalá los buenos ratos hubiesen durado más. Tal vez ahora podamos hacerlos durar más.
Noche nublada. Abajo, al pie del acantilado, el reflejo de la Luna juguetea sobre el mar. Los fantasmas de la carretera se esconden detrás de las señales que indican el límite de velocidad. Esperan en silencio, al lado del abismo, viendo pasar los autos. Algunos sólo contemplan en silencio. Otros saludan. Nunca cometas el error de devolverles el saludo.
jueves, 17 de noviembre de 2011
2011-033
Despertar antes del amanecer y desayunar algo ligero sólo para soportar el viaje y luego desayunar en un café al otro extremo del mundo. Triple espresso, a la vena, urgente. Un rollito de canela para completar la mañana. El olor de los croissants y las galletas de avena se mezcla con el té, el café recién colado y la curiosa sensación de que todo está bien y los problemas se quedaron atrás. Caminar y hablar de todo y de nada bajo un sol tímido que apenas se insinuaba por momentos. Almorzar en un restaurante en el que nunca había comido y al que posiblemente no regrese en un buen tiempo porque no suelo frecuentar esta zona.
Todo se desvanece entre el hilo de humo de un cigarrillo, confundido por instantes con las nubes de una noche de primavera bastante silenciosa. El rumor de motores en la paralela. El eco de pisadas en el callejón, detrás del edificio. Voces a la distancia. El recuerdo de una mirada y una sonrisa. El vacío inmenso. Me repito a mí mismo que esto es lo mejor. Que todo tiene sentido. Me repito a mí mismo que hice lo que tenía que hacer y dije lo que tenía que decir. Nada más. Nada menos. Hubiese querido que las cosas fuesen distintas. Hubiese querido más aprecio.
Viento fresco sobre las mejillas, arrastrando el susurro de una palabra que no he dicho en mucho tiempo y esperaba no volver a decir. Ya no hay nada más que hacer.
jueves, 3 de noviembre de 2011
2011-032
Aunque me siento bastante cómodo viendo el mundo a través de un monitor, y a veces desde el balcón o la azotea, también me gusta salir de casa de vez en cuando y sentir el viento, pasar el tiempo caminando, viendo tiendas y conversando con amigos, decidir dónde comeremos más tarde, sentarnos a reír. Comparar precios de cosas que hace unos minutos no se nos hubiese ocurrido buscar. Darnos cuenta de que hemos caminado tanto que, cuando nos sentamos a comer algo, el sol ya se ha ocultado y los pies no quieren dar un paso más en un buen rato. Quejarnos del clima, de la crisis, de que la hora se pasa demasiado rápido y ya tenemos que volver, y cada uno a su respectiva madriguera y a ver cuándo nos volvemos a encontrar para repetir el plato con algunas variantes.
Una taza de café y a seguir traduciendo este texto que finalmente empieza a tener sentido. Más tarde un par de llamadas, a ver qué se puede hacer y cuándo se puede hacer.