domingo, 15 de febrero de 2015

2015.011

Un día cualquiera (o quizás una noche distinta) caí en cuenta de que me he acostumbrado, sin quererlo, a la conveniencia de todo. A no tener que pensarlo mucho y que todo siga un cierto curso que resulta a medias familiar y más o menos predecible. Un marco de orden para contener un poco el caos. Rutina o inercia o estabilidad, no estoy seguro, pero es algo que se sentía bien entonces y se siente bien ahora. La rutina es, algunas veces, un refugio bastante agradable después de todo.

Termino de ordenar mi colección de cartas de Magic the Gathering en una caja de zapatos (no es la mejor forma de guardarlas, pero es todo lo que tengo por ahora y no estoy seguro de que la situación cambie pronto). No he jugado en ocho años, y las nuevas cartas se ven lo suficientemente interesantes como para retomar el viejo vicio. Buen motivo para enseñarle a jugar a uno de mis ahijados con la excusa de que la mecánica del juego podría ayudarle a practicar matemática, concentración, comprensión de lectura, toma de turnos… y básicamente cualquier otra cosa que se me ocurra y que sea potencialmente cierta y de la que pueda convencer a su mamá. Después de todo a mí me enseñaron a sumar y restar con juegos de tablero. Hora de pasar el conocimiento a una nueva generación.

Una película de la Hammer que aún no he visto y un par de cervezas el sábado por la noche. Buena forma de cerrar la semana.

jueves, 12 de febrero de 2015

2015.010

El café de los días de trabajo es combustible para seguir adelante, mientras el café del tiempo libre y los fines de semana es para recuperarse, saborear y recordar. Hace meses, desde su lugar favorito en la esquina de la cama, el gato solía observarme como si se preguntase por qué le presto tanta atención a una taza de café. No es el café en sí mismo, son las sensaciones que lo acompañan. Es poder revisar las notificaciones del celular con toda la paciencia del mundo un sábado por la mañana y ver llegar los recuerdos de un sábado que pudo haber sido en otra vida. Es ver pasar esos recuerdos, estirar los dedos y acariciarlos mientras el café pasa lento acariciando la garganta. O quizás sólo estoy proyectando y en realidad el gato estaba viendo los hilos de vapor que subían desde la taza para perderse en el tiempo y el espacio. Pero la ilusión era agradable.
El teléfono suena para anunciar una visita inesperada. La enésima variación de una mezcla de café encontrada de casualidad. La sensación tibia de volver a compartirla con otros humanos y ocupar espacios que habían quedado vacíos casi sin notarlo. Igual que antes.
Un par de libros apilados al lado de la cama, a la espera de que termine de leer uno que tengo abierto y otro que está empezado en la aplicación de Kindle en el celular, y muchas distracciones que no me dejan leer tan rápido como quisiera. Igual que siempre.

sábado, 7 de febrero de 2015

2015.009

Tengo el navegador en pantalla completa para ver un mapa de Dungeons and Dragons del que quiero sacar algunas ideas para una aventura que eventualmente usaré con mi grupo (con algún grupo). En momentos como este, me gustaría tener un segundo monitor para escribir la aventura teniendo el mapa gigante al lado, o poner twitter en pantalla completa como una suerte de ruido de fondo. Tal vez en un mes o dos (o tres), cuando mi tarjeta esté bien recuperada de los gastos recientes. La vieja idea de llenar el escritorio de monitores aunque no haya nada que mostrar en ellos.
Y mientras escribía ese párrafo, me di cuenta de que Coraline, mi laptop, ya tiene casi seis años de maltrato duro y parejo. En todo este tiempo sólo he tenido que reemplazar una vez el cargador. Claro que la batería ahora dura, con suerte, un poco más de una hora, pero el teclado y el monitor están casi en perfectas condiciones (salvo por la tecla Q, que se rompió apenas un mes de después de haber comprado el aparato, cuando le cayó encima una taza vacía). Espero que dure unos cuantos años más, porque realmente no tengo muchas ganas de invertir en otra laptop en un buen tiempo, aunque a veces aparezca la tentación.
La tentación a la que sí voy a seguir sucumbiendo con cierta frecuencia, y por tiempo indefinido, es la de comprar libros aunque sea para seguir apilándolos en un mueble hasta que tenga tiempo de leerlos.

martes, 3 de febrero de 2015

2015.008

En la mañana una ducha y después una taza de café bastante grande para terminar de despertar y leer titulares.
En la noche la manía de buscar algo más que hacer cuando ya debería estar yendo a dormir. Un nivel más. Una puerta más en el calabozo. Un garabato más en el cuaderno. Un par de páginas más. Un episodio más. Y así hasta que ya es bastante más allá de la hora en que debí haberme ido a dormir. Es la razón por la que no tengo un televisor en mi cuarto, las cosas de Dungeons & Dragons están en la sala, la única consola que tengo está desconectada y los juegos que puedo jugar en la PC sólo funcionan como deben en la PC del estudio… pero los tengo en Steam, que también está instalado en la laptop y me permite poner el juego en la PC, jugarlo en la laptop por streaming, ponerlo en el televisor de la sala y quedarme enganchado por un buen rato. También puedo usar Plex para ver en la laptop los episodios y películas que guardo en el disco duro del estudio. Además está la pila de libros por leer justo al lado de la cama. Soy mi peor enemigo, y al parecer disfruto siéndolo.
Ahora a seguir buscando la forma de armar un servidor de archivos sin destruir mucho mis cuentas (y dejar una reserva) y así terminar de complicar todo y mandar mi rutina de sueño tan lejos que quizás alcance a dar una vuelta completa y regrese a su forma correcta. Como si fuera posible.