jueves, 4 de junio de 2015

2015.014

Escucho a mi mamá conversando con Estefani durante el desayuno, usando nombres de parientes cercanos y lejanos como referencia para orientarse en el tramado de la ciudad. Es una sensación ligeramente arcana y absolutamente mágica. Las casas tienen apellidos y son familiares de otras casas, terrenos y locales que no están en calles sino en cadenas de nombres y fotografías en blanco y negro. La conversación como mapa, no de la ciudad, sino de las personas que viven y han muerto en ella.

Es el tipo de conversación en la que prefiero escuchar y no intervenir salvo con sonidos o gestos de aprobación (o desaprobación o interrogación según sea necesario), porque normalmente no tengo idea de quiénes son las personas que mencionan, aunque puedo ubicar las calles en cualquier mapa en mi smartphone. El tipo de conversación que solían sostener mi abuelos y que todavía sostienen mis tíos, y que algunas veces mis hermanas tratan de sostener sin mayor éxito. Supongo que, más allá de saber cuáles de mis amigos y familiares viven relativamente cerca, nunca me interesó mucho saber quién más vive o vivía en el mismo barrio. Las referencias que aprendemos forman diagramas de Venn con las referencias que aprendieron las otras personas con las que nos cruzamos en nuestras vidas. Terreno común, como mencionar StarWars en una reunión y observar las reacciones.

Una taza de café para terminar de despejar el modo zombi de las mañanas, y un par de panes calientes con mantequilla de maní para sobrevivir hasta la hora de almuerzo.

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