Café, un par de empanadas y la nueva temporada de American Horror Story. A veces ella me pregunta por qué me gustan las series y películas de terror. La respuesta es siempre la misma: no importa mucho el género, importa la historia y la forma de contarla. Para mí las mejores historias de terror no son las que asustan con el close-up al monstruo o la criatura que salta desde la oscuridad (aunque en algunos casos el recurso es efectivo), sino las que dejan una sensación incómoda. No miedo, más bien perturbación. La sensación de haber visto algo que no deberías haber visto, o de que algo está fuera de lugar y no sabes exactamente qué. Por eso es que, para mí, la primera y segunda temporadas de American Horror Story funcionan mejor que la tercera (igual es buena a su manera) y la cuarta (aunque tiene algunos momentos que se pierden en medio de lo demás), y por eso películas como The Shining dejan sustos de por vida, The Conjuring asusta y deja imágenes y escenas interesantes, mientras medio centenar de películas recientes sólo asustan bajo ciertas circunstancias específicas (y otras son tan malas que al día siguiente no puedes recordarlas).
Hannibal y Silence of the Lambs pero no Red Dragon.
Por cierto, hace algunos meses descargué y vi una película que resultó ser tan mala que la borré inmediatamente después de verla y ya no recuerdo qué película era. Eventualmente volveré a tropezar con esa película y la odiaré una vez más.